viernes, 31 de julio de 2009

Entra el Espectro,

"...ese algo terrible que hay en toda fotografía:
el retorno de lo muerto."
Roland Barthes, La cámara lúcida


Lewis Payne ha muerto. Lewis Payne va a morir. El retrato fotográfico, entonces, como ese "aplastamiento del Tiempo", como ese espacio en el que "el Tiempo se encuentra atascado" de tal suerte que lo que ya ha muerto aún tiene que ir a morir. El tiempo del retrato como el retorno, como el lugar de lo espectral, como la mostración de lo muerto en su no-muerte, continuación de lo interrumpido y paso hacia lo inenarrable. Lewis Payne ha muerto. Lewis Payne morirá en la horca a la edad de veintiún años un 7 de julio de 1865 que ya siempre está por llegar.
Alexander Gardner toma esta imagen mientras Payne —¿horas antes? ¿días antes?— esposado espera el momento de su ejecución. Para Roland Barthes es el ejemplo, la "representación pura" del noema fotográfico, de aquel «esto ha sido» que se repite hasta lo inaudible tras cada fotografía. «Esto ha sido», esto se ha dado a unos ojos en un tiempo presente interrumpido en su ir a ser un futuro que es ya nuestro pasado. Pero este futuro-pasado es precisamente aquello que queda en la fotografía como lo eludido. "La Fotografía no dice (forzosamente) lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna lo que ha sido".
Lewis Payne continúa ahora y siempre en su ir a morir tal vez mañana, como si tampoco en su ser-retrato hubiese futuro para él. Tal vez lo advierte, tal vez me cabe pensar que lo advierte, y en su mirada, entonces, puedo permitirme leer la certeza de que cada instante —ese cada instante que es el tiempo atomizado que garantiza la cámara—, cada instante supone la negación de la posibilidad de la muerte de modo que, en su no-tener-futuro, él lo sabe, Lewis Payne se ha salvado.


domingo, 19 de julio de 2009

La máscara en el retrato,


Generalmente se atribuye a Abraham Lincoln aquella expresión según la cual, llegada cierta edad todo hombre tiene la cara que merece pues es la que él mismo se ha proporcionado, la cara que él mismo se ha puesto. Refundación del tópico de la máscara, esta formulación acierta a ponernos de frente con aquello que es nuestra responsabilidad con nuestros gestos, nuestra responsabilidad con esa biografía fisonómica expresada en nuestro rostro como memoria de nuestras sucesivas mediaciones gestuales destinadas a inscribirnos en un entorno, en una comunidad humana ella misma gestualmente mediada. Desde este ángulo pienso en la tradición del retrato fotográfico y en las diferentes técnicas que, a través de la adición de atrezo a la figura humana o del retoque explícitamente ejecutado, tratan de eludir esta responsabilidad en pos de una fotogenia que aquí puede leerse como pérdida de la memoria gestual.
En el reconocimiento de dicha responsabilidad como objeto del retrato fotográfico identifico la diferencia, por ejemplo, entre un Disdéri y un Nadar.

En 1963 Richard Avedon fotografía a William Casby, "nacido esclavo". Me resulta francamente imposible escapar al vacío que genera esa expresión, nacido esclavo, escapar asímismo al vacío del vidrio de esos ojos y, en esa imposibilidad, identifico la justeza de la palabra de Roland Barthes en su decir que "la esencia de la esclavitud se encuentra aquí al desnudo" (Roland Barthes, La cámara lúcida). La esclavitud al desnudo en su ser máscara, en su aparecer como la memoria de todos los gestos del ser esclavo, del ser nacido esclavo, dados de una vez en un rostro. La mención del nacimiento dirige mi atención hacia la acumulación del tiempo que se adivina en la mandíbula, en esa caída cuajada de golpes. Recuerdo entonces que para los latinos la máscara, la persona, señala al rol social, a los gestos que se exigen en el presentarse a la sociedad como hombre libre o como nacido esclavo y, entonces también, apunta en la dirección del gens, del linaje que capacita para un modo u otro de presentación. William Casby, su rostro lesionado, aparece ahora como una máscara aún más antigua, como una memoria aún más honda, como la manifestación actual de un suplemento o el retorno al acto de lo muerto, de linajes perdidos, nombres olvidados, viejos gestos de todos los nacidos esclavos.


viernes, 10 de julio de 2009

Los espigadores,



Nadie hablará de ellos, de los discretos, de aquellos cuyos hábitos difícilmente se prestan a ser monetizados. Nadie volverá por ahora a los Bouvard y Pécuchet o a los Hanta, lectores de razas extrañas, porque parece que el tiempo trae la pregunta por la supervivencia del libro y descuida la suerte del lector. Sin embargo aún siguen ahí —algunas veces, algunas pocas veces, el lector es una figura de lo público. Estaban en esa serie de André Kertész tomada en Nueva York en 1974 y que señala la posibilidad de que algunos sean cultos a pesar de sí mismos —así Hanta—, como por un ineludible imperativo callejero que los condujese ante los montones de libros desahuciados, ante los cajones de los bouquinistes, ante las estanterías de lance, y parados frente al papel viejo a la espera de que se les diga algo desde el estómago, un gran ¡SÍ! visceral, porque estos tipos leen con las entrañas. Puede que un día la muerte alcance al libro y entonces estos cabrones, que no han gastado un clavo en su cultura, harán primero el agosto con tanto cadáver abandonado y, acto seguido, se irán para siempre al carajo. Ese día engullirá uno de los márgenes de la industria de la cultura: el tema de los espigadores de libros se dará por zanjado.




viernes, 3 de julio de 2009

Europa, Ellis Island


Ya no era Europa, aún no era América. O, si era América, lo era sólo bajo la forma de la anticipación de sus exigencias, de sus miedos cifrados en veintinueve preguntasWhether a Polygamist? Whether an Anarchist? Ever in prision or almhouse?— y un examen médico que podía comenzar con la observación escrupulosa del descenso de una pasarela. Una revisión ocular y unos pocos minutos ante un cuerpo desnudo y el camino de vuelta se escribe en tiza sobre las ropas: CT for trachoma, H for heart, K for hernia, X for suspected mental defect...
Ellis Island era un confín, el no-lugar en el que se daban cita una Europa para América, la temida Europa de los desposeídos que respondían a la llamada lanzada al océano —"Give me your tired, your poor, / your huddled masses yearning to breathe free"—, y una América para Europa como el cumplimiento de la figura secular de la promesa. Una promesa reducida ya a la mera oportunidad como una partida resuelta en una única tirada.
Ellis Island era un umbral, la puerta ante la Golden door. De un lado llamaban italianos, griegos, irlandeses, rusos o polacos; del otro, a la voz de un Welcome to America resultaba un ciudadano de los Estados Unidos. Perec compara el proceso con lo fabril:

"Al fin y al cabo, Ellis Island no será más que una fábrica de hacer americanos, una fábrica de transformar emigrantes en inmigrantes, una fábrica a la americana, tan rápida y eficaz como la industria charcutera de Chicago"
Georges Perec, Ellis Island

Pero, junto con el mecanismo de identificación para la producción de identidad, junto a la descripción de la cadena humana, se cuelan en todas las narraciones —también en la de Perec— los signos del ritual de paso: inauguración del tiempo, purificación del pasado, adquisición de un nombre. La vieja Europa que santifica puertas y fiestas cumple también en la hora de su muerte americana con la obligación de marcar los ciclos y los cambios.
Ellis Island no es Europa, es su límite. No está en nuestra memoria sino como aquello que a nuestra memoria le falta, como las fotos perdidas del álbum de familia. Es el silencio de los que no pasaron, de los devueltos por ostentar una marca a tiza demasiado inculpatoria, de los que vieron en veintinueve preguntas la oportunidad de la confesión. Es Europa siendo definida desde su exterior como el hogar desagradecido al que siempre pueden volver a morir tarados y anarquistas.

Whether a Polygamist? Whether an Anarchist? Ever in prision or almhouse?
Da, da, da...