domingo, 24 de junio de 2007

La salud en la enfermedad,


Dadas las condiciones de insalubridad general del ambiente, la filantropía, ese irrefrenable amor a la especie humana, recomienda la promoción de medidas preventivas. Qué duda cabe que, de todas ellas, la más estable es adoptar una moral provisional, al más puro estilo cartesiano, y hacer valer el depósito de recetas vitales que el sentido común ha ido acumulando a lo largo de décadas y décadas de vitalidad acomodaticia. Otra opción, nada despreciable por cierto, consiste en conducirse por el circuito de estados de ánimo facilitados por las diferentes estaciones del carril de lo cotidiano, e ir del bliblublam bliblublam de a diario al jijujija jijuja de las festividades, sin interrupción, sin intervención, y así en círculo hasta perder la vida. Por fin, amigos de lo osado, pueden aprovechar la ola de lo tóxico y convertirse en un agente del desorden. No sean mezquinos, no es necesario arruinar a los demás la existencia inoculando su carácter alicaído. Será suficiente con practicar sobre ustedes mismos el arte de echar a perder la vida. Así como el virus difícilmente sufre por la enfermedad piensen que, en definitiva, quien consigue subsistir como ejemplo de lo arruinado difícilmente sufre por la ruina.


sábado, 23 de junio de 2007

Los muertos infames,


La fama envuelve a los muertos de la velocidad, de la mecánica y el trabajo, a los muertos de las guerras televisadas y los pasos de frontera, a los muertos por los amores enfermizos, etc. Pero hay muertos olvidados de la fama o sólo recordados como palanca contra estas cifras cotidianas. Son los muertos de las guerras sin reportero, los muertos de los despropósitos del mercado y, claro, los suicidas.
Al muerto de hartazgo, al muerto de exceso de vida, al muerto de hasta aquí podríamos llegar, se le invoca para referirse a la ponzoña generalizada de esta sociedad tan suciamente discreta. En los países del querer vivir como trabajo diario el suicida es un espejo peligroso. Lejos de centrarnos en los porqués, sin duda apasionantes, del asunto, nos dedicaremos a los modos. Entre los suicidas se computan por igual aquellos que consuman el acto, y prenden a la muerte en un puñado, y aquellos que permanecen en un grado de tentativa, acariciándola y dejándola seguir. Pero entre todos forman una comunidad de procedimientos: asiduos a ventanas, azoteas y cornisas, usuarios de la detonación, elaboradores de nudos corredizos, consumidores de vacaciones narcóticas indefinidas, etc. Cada cual hace suya una modalidad consagrada por una tradición soterrada pero evidente. A mí me llena de curiosidad ese excedente en las estadísticas que es mencionado como "otros medios". He aquí el lugar para la experimentación, para el arte del darse muerte, para la necesidad de superar el círculo del bote de pastillas, la navaja o la soga. A esos muertos de los otros medios se les debe un homenaje.

viernes, 22 de junio de 2007

De un lado, del otro

"Todo lo que se dice se revela a la corta o a la larga como absurdo, pero, si lo decimos convincentemente, con la más increible vehemencia de que somos capaces, no es al fin y al cabo un crimen, dijo. (...) Unas veces somos artistas de la palabra, otras artistas del silencio, y perfeccionamos ese arte al máximo, dijo, nuestra vida es precisamente interesante en la medida en que hemos podido desarrollar tanto nuestro arte de la palabra como nuestro arte del silencio"

Thomas Bernhard, Maestros Antiguos


domingo, 17 de junio de 2007

La ciudad 1. Ciudad esférica


Cada figura de lo humano extiende sus efectos hasta consumirse, bien porque lo que le es exterior termina con ella, bien porque lo exterior desaparece. Para toda figura siempre hay un "lo otro" al acecho o un "lo otro" sobre lo que desbordar.

Entre las figuras que recorren la vida de los hombres la ciudad tiene un lugar central. En su caso, el desborde, la auto-superación, es un fenómeno que lleva décadas anunciándose. Ese espacio que llegó a convertirse en nuestro espacio, ese espacio que nos era propio como seres que hacían suyas libertades, como seres que se hacían interviniendo en las formas de lo cotidiano, está cada día rebasando su límite, efectividad completa. Simmel, en La metrópolis y la vida mental (1903): "La característica más significativa de la metrópolis es la extensión de sus funciones más allá de sus fronteras físicas. (...) Una ciudad consiste en la totalidad de efectos que se extienden más allá de sus confines inmediatos". En ausencia de confines la efectividad se suspende. Todo queda ya dentro. Ahora bien, "sólo dentro de ellos [de sus confines] es donde se expresa su existencia". Una metrópoli total, esférica, puede existir aún como ciudad.

El drama aparece en la escena de la historia del espacio urbano cuando la expresión queda quebrada. La ciudad fue siempre el lugar para la diversificación de los espacios. En este sentido, Benjamin nos recuerda:

"Sólo en apariencia es uniforme la ciudad. Incluso su nombre suena de distinta forma en sus distintos sectores. (...) Conocerlas supone saber de esas líneas que a lo largo del tendido ferroviario, a través de las casas, dentro de los parques o siguiendo la orilla del río, corren como líneas divisorias; supone conocer tanto esos límites como también los enclaves de los distintos sectores. Como umbral discurre el límite por las calles; una nueva sección comienza como un paso en falso, como si nos encontráramos en un escalón más bajo que antes nos pasó desapercibido".

Walter Benjamin, Libro de los pasajes, C 3,3

Así, para la ciudad, la expresión de su existencia y la generación de umbrales, de espacios diferidos, pasa por ser la misma cosa. Llegado el tiempo del flujo sin interrupción, del movimiento continuo, de la construcción de espacios indiferentes, el umbral ha sido dejado atrás.

La obra de Benjamin a la que nos referimos encuentra quizá tan solo su parangón en Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Sin duda, la dignidad de ambos trabajos se puede calificar según las palabras que Calvino dedica a su propia obra:

"Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades."

Italo Calvino, Las ciudades invisibles


jueves, 7 de junio de 2007

Dadá 1, Los impresentables

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A Dadá no se lo presenta. Dadá no es nada, Dadá es la nada en su presencia fortuita y escurridiza, la gran Nada acumulada haciéndose manifiesta en una destrucción icónica orquestada bajo la batuta de la recodificación bufonesca. Dadá es el carnaval en el día de la muerte de Dios. Dadá-nada-histrión, Dadá-nada-bufón, Dadá-nada-máscara-guantazo, Dadá-nada-risa y Dadá-nada-burla, y Dadá-dadá-nada-Dadá. Risa y burla de lo riguroso, rictus desencajado de carcajada ante lo solemne, infantilismo contra los inteligentes y asco frente al sentido común. No hay palabras: Dadá mató la gramática en el poème simultan, en el poema fonético, en el poema visual, como tres gestos de obús certero.

Hugo Ball, en su diario el 16 de julio de 1915:

«La palabra se ha revelado; habitó entre nosotros.
La palabra se ha convertido en mercancía.
A la palabra hay que dejarla tranquila.
La palabra ha perdido cualquier dignidad.»
Hugo Ball, La huida del tiempo (un diario)


Hoy ofrecemos dos muestras de la trasgresión Dadá desde el lenguaje: el facsímil del primer número de la revista Dadá en su edición francesa y las grabaciones de algunos poemas fonético-visuales de Raoul Hausmann.



lunes, 4 de junio de 2007

Vivos muertos y muertos vivos,

La danza macabra es tan cotidiana como los detergentes, los refrescos, los multimedia de última generación o el comercio con sus imágenes. Nosotros tras ellos como muertos que entierran a sus muertos, como vivos que entierra su vida para no saber si aún se puede o no se puede querer vivirla, querer vivirla de esta manera. Morir de que se vive para vivir todas las muertes cotidianas y amar la muerte por desagradecida que sea. Algo se ha confundido, algo se ha puesto del revés o se ha desprendido para colisionar con todo cuanto se cruza en su camino en nuestras cabezas, en las calles, en nuestras camas, cuando se apaga la luz de la mesilla y no sabemos si nuestra cara es la misma a oscuras, si nuestro cuerpo es nuestro cuerpo bajo las sábanas.

A veces, entre el silencio anodino de esta vida imposible aparecen voces para escupirle sus miserias. Hoy convocamos a un sugerente "grito de asco frente al sentido común": El dinero gratis.

Carne y carne,

"No hay mucho más que contar de Franz Biberkopf, al chico lo conocemos ya. Lo que hará una cerda cuando entra en su pocilga se lo puede uno imaginar. Sólo que una cerda tiene más suerte que un hombre, porque está hecha de un montón de carne y grasa, y lo que le puede pasar no es mucho, con tal de que el pienso llegue: todo lo más podrá parir otra vez, y al final de su vida le espera el cuchillo, que en fin de cuentas tampoco es demasiado malo ni excitante: antes de que note nada −y qué puede notar un animal así− habrá acabado ya. Un hombre, en cambio, tiene unos ojos, y en él hay muchas cosas, todas desordenadas; puede pensar un infierno de cosas y tiene que pensar (su cabeza es terrible) en lo que le va a ocurrir."

Alfred Döblin, Berlín Alexanderplatz


domingo, 3 de junio de 2007

Desde ahora,


Nada, nada en medio de nada, y entre la nada una voz, casi un murmullo, y tras más nada, tras mucha más nada, un grito. De eso se trata, de encontrar algunas de esas voces. Rosas entre el estiercol, palabras surgidas de la certidumbre de la ausencia y hechas para dejar indeleble la presencia de esa ausencia. Nada, nada en medio de nada, y entre tanta nada el grito que no hace más que indicar la dirección del vacio, de la nada.

Por qué no un índice de notas que tengan por referencia estas tres voces: nunca, nada, nadie. Un amplio círculo, una repetición sin término, la certeza de la imposibilidad de dar una conclusión conciliadora.

Y en esta primera ocasión convocar a Blanchot puede ser oportuno:

"La certeza de que al escribir ponía precisamente entre paréntesis dicha certeza, incluso la certeza de sí mismo como sujeto de escribir, le condujo lenta pero inmediatamente a un espacio vacío cuyo vacío (el cero tachado, heráldico) no impedía en absoluto las vueltas y las revueltas de un recorrido muy largo."

Maurice Blanchot, El paso (no) más allá

Y volver a decir: nadie dice: