martes, 20 de enero de 2009

Heredar un uso de conversar,

“Y siendo así que yo considero la diferencia entre decir y citar
como una diferencia de postura, la propuesta de indecibilidad
me produce la impresión de estar asumiendo una postura,
y una postura miserable.”

(En busca de lo ordinario. Stanley Cavell)


La Real Academia Española de la lengua propone, como acepciones de conversar y conversación:

Conversar. 1. Dicho de una o varias personas: Hablar con otra u otras || 2. Hacer conversión || 3. desus. Vivir, habitar en compañía de otros || 4. desus. Dicho de una o más personas: Tratar, comunicar y tener amistad con otra u otras || 5. tr. Ecuad. narrar.

Conversación. 1. Acción y efecto de hablar familiarmente una o varias personas con una u otras. || 2. desus. Concurrencia o compañía. || 3. desus. Comunicación y trato carnal, amancebamiento. || 4. ant. Habitación o morada.

Me preocupa ese modo de conservar la familiaridad habiendo perdido la compañía porque hay, en esta pérdida, algo que desplaza lo comunitario en nuestras conversaciones. Que la familiaridad no se haya perdido, aun cuando instauremos el desuso y el olvido en la “concurrencia y la compañía”, también en la “amistad”, esa particular proximidad que nos lleva –también literalmente y también literariamente– al “trato carnal y amancebamiento”, me hace pensar que perdimos también, en algunas formas literarias, la carne y el “trato sexual habitual” (voz para amancebamiento) lo que yo entiendo como el vacío de comunidad en nuestra práctica ordinaria de la sexualidad, que para mí debiera remitir más a la compañía –a veces concurrida– que a nuestras maneras diversas de penetrarnos y de ser penetrados.

Me doy cuenta de que mi preocupación es mi lectura tropezando constantemente con algún tipo peculiar de inestabilidad instaurada en las voces tercera y cuarta de conversar y segunda y tercera de conversación, en esa manera de olvidar, pero también de ocultar, la compañía y la amistad en nuestras maneras familiares de comunicarnos, de tratarnos. Inestabilidad que acaba por convertirse en un ejercicio de implantación gramatical de un significado en nuestras formas de olvidar y desusar otros usos de la misma palabra. Eso quiere decir que hay maneras en que aprendemos a usar las palabras en nuestro lenguaje para olvidar –instaurar el olvido en– nuestros propios significados, lo que no es sino una ejecución de nuestra capacidad de hacer cosas con palabras en el modo particular de practicar, en nuestro lenguaje, el olvido de un uso o significado. El significado de las palabras está, de algún modo, vivo, y aun cuando tengamos maneras lingüísticas de concebir y ejecutar su muerte, tenemos también maneras de concebir y ejecutar su restauración en la generación de nuevas prácticas. Entonces recuperar un uso puede concebirse como una manera peculiar de revivir un significado en el modo cómo éste se rememora gramaticalmente en nuestros nuevos juegos de lenguaje. Algo que me gusta pensar bajo la perspectiva de heredar los significados en mi (nuestra) manera particular de conjugar las palabras y por ello en la conjugación de mi (nuestra) voz.

Ahora puedo ver reconocidas tus palabras como atraídas por mi voz, lo que estoy dispuesto a aceptar como un significado nuevo y particular que emana de la compañía y la amistad en nuestras conversaciones. Entonces la escritura, aquí, se conjuga en la forma de la invitación y del encuentro, de la sugerencia y la satisfacción; y la repetición de la escritura como la renovación del ejercicio de heredar nuestras propias conversaciones en la manera de sentirse invitadas y de sentirse encontradas y por ello respondidas, en esta comunidad, todas estas nuevas voces.


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