viernes, 3 de julio de 2009

Europa, Ellis Island


Ya no era Europa, aún no era América. O, si era América, lo era sólo bajo la forma de la anticipación de sus exigencias, de sus miedos cifrados en veintinueve preguntasWhether a Polygamist? Whether an Anarchist? Ever in prision or almhouse?— y un examen médico que podía comenzar con la observación escrupulosa del descenso de una pasarela. Una revisión ocular y unos pocos minutos ante un cuerpo desnudo y el camino de vuelta se escribe en tiza sobre las ropas: CT for trachoma, H for heart, K for hernia, X for suspected mental defect...
Ellis Island era un confín, el no-lugar en el que se daban cita una Europa para América, la temida Europa de los desposeídos que respondían a la llamada lanzada al océano —"Give me your tired, your poor, / your huddled masses yearning to breathe free"—, y una América para Europa como el cumplimiento de la figura secular de la promesa. Una promesa reducida ya a la mera oportunidad como una partida resuelta en una única tirada.
Ellis Island era un umbral, la puerta ante la Golden door. De un lado llamaban italianos, griegos, irlandeses, rusos o polacos; del otro, a la voz de un Welcome to America resultaba un ciudadano de los Estados Unidos. Perec compara el proceso con lo fabril:

"Al fin y al cabo, Ellis Island no será más que una fábrica de hacer americanos, una fábrica de transformar emigrantes en inmigrantes, una fábrica a la americana, tan rápida y eficaz como la industria charcutera de Chicago"
Georges Perec, Ellis Island

Pero, junto con el mecanismo de identificación para la producción de identidad, junto a la descripción de la cadena humana, se cuelan en todas las narraciones —también en la de Perec— los signos del ritual de paso: inauguración del tiempo, purificación del pasado, adquisición de un nombre. La vieja Europa que santifica puertas y fiestas cumple también en la hora de su muerte americana con la obligación de marcar los ciclos y los cambios.
Ellis Island no es Europa, es su límite. No está en nuestra memoria sino como aquello que a nuestra memoria le falta, como las fotos perdidas del álbum de familia. Es el silencio de los que no pasaron, de los devueltos por ostentar una marca a tiza demasiado inculpatoria, de los que vieron en veintinueve preguntas la oportunidad de la confesión. Es Europa siendo definida desde su exterior como el hogar desagradecido al que siempre pueden volver a morir tarados y anarquistas.

Whether a Polygamist? Whether an Anarchist? Ever in prision or almhouse?
Da, da, da...


1 comentario:

Antonio dijo...

Me recuerda a la escena de El Padrino (en la parte II) en que el niño Vito desembarca en Nueva York y se oyen multitud de lenguas mezcladas en aquella sala de recepción y catalogación de inmigrantes.