jueves, 27 de septiembre de 2007

La ciudad 4, De umbral en umbral

"Viajo para conocer mi geografía"

Walter Benjamin, Libro de los pasajes, "El flâneur"

Recorrer, de umbral en umbral, la ciudad, como otro modo de hacer emerger la geografía de nuestros afectos, el orden de nuestras identidades, el índice de los egos que nos son coetáneos. Y modificar los trayectos hasta quedar aturdidos, embriagados en el nuevo juego de los espacios de nuestros propios interiores, traidos a la luz por los espacios descubiertos, llevados después de nuevo a las profundidades. Caminar por la ciudad, no sólo para encontrar nuestros rostros adheridos a los gestos propios de los umbrales en que nos reconocemos sino, como actividad política, haciéndonos asíduos al cambio de máscara, frecuentando umbrales nuevos, poniendo umbrales allí dónde nunca los hubo.

Todos somos muchos. Nos hacemos habitando espacios y gestos, espacios que llaman a la presencia al gesto y que nos invitan a hacernos en ellos.

"El hombre es tan sólo una extensión del espíritu del lugar."
Lawrence Durrell, Justine


sábado, 15 de septiembre de 2007

(Des)esperando,

"He hablado de la inutilidad del arte, pero no he dicho la verdad sobre el consuelo que procura. El solaz que me da este trabajo de la cabeza y el corazón, reside en que sólo aquí, en el silencio del pintor o del escritor, puede recrearse la realidad, ordenarse nuevamente, mostrar su sentido profundo. Nuestros actos cotidianos son en realidad la arpillera que oculta la tela laminada de oro, el significado del diseño. Por medio del arte logramos una feliz transición con todo lo que nos hiere o vence la vida cotidiana, no para escapar al destino, como trata de hacerlo el hombre ordinario, sino para cumplirlo en todas sus posibilidades: las imaginarias."
Lawrence Durrell, Justine

La vida como escenario de la respuesta necesaria. Cada cual haciéndose cargo de la propia, y en la propia, también inevitablemente, de la de tantos otros. Y en definitiva haciéndose cargo de la vida, y si se es serio, sin subterfugios, sin la necesidad de conjurar el destino. El arte como vía para mostrar la riqueza en tal actividad: no ya solamente el hacerse cargo del destino, sino además desplegarlo en toda su amplitud que incluye lo imaginario, lo real-imaginario. Pero este esfuerzo de demiurgo es para el artista y poco de ello queda para el receptor. Si hay un libro en que se hable de lo que queda de ese otro lado, del lado de la imposibilidad de salvarse de la profunda desesperación vital, del desgarramiento, a través de la recepción artística, éste es Maestros Antiguos, de Thomas Bernhard. La existencia de lo estético como vía vital se debate en el mundo contemporáneo entre el narrador de Justine y la entereza en la desesperanza de Reger.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Todos los fuegos, 2

"El fuego, por el fuerte viento y porque casi todas las casas de ese arrabal eran de madera y habían sido incendiadas en tres sitios distintos a la vez, se extendió velozmente y envolvió la cuarta parte del barrio con increible furia. (...) Cuando llegué al arrabal, sólo una hora después de nuestra huida del baile, el fuego estaba en su apogeo. Ardía una calle entera paralela al río. Había tanta luz como de día. No trataré de describir en detalle el cuadro que ofrecía el incendio: ¿quién no lo conoce en Rusia? En las calles contiguas a la que ardía el barullo y las apreturas eran extraordinarios. Se esperaba que el fuego se propagaría de seguro por allí y los vecinos sacaban sus enseres, pero no abandonaban sus viviendas y, a la expectativa, seguían sentados en los baúles y colchones que habían sacado, cada uno bajo sus propias ventanas. Parte del vecindario masculino se ocupaba en la dura labor de derribar las empalizadas y aun de echar abajo tugurios enteros que estaban cerca del fuego o del lado de donde venía el viento. Sólo lloraban los niños a quienes acababan de despertar y gemían las mujeres que habían conseguido rescatar sus ajuares. Los que todavía no lo habían conseguido proseguían su trabajo en silencio y los iban sacando resueltamente a la calle. Las chispas y las ascuas volaban por doquiera y se intentaba apagarlas en lo posible. Junto al fuego mismo se agolpaban los espectadores que habían venido corriendo de todos los puntos de la ciudad. Unos ayudaban a extinguirlo, otros se limitaban a mirarlo. Un gran incendio nocturno produce siempre una impresión tan provocativa como exhilarante; de ahí el atractivo de los fuegos artificiales; pero en el caso de la pirotecnia, la disposición del fuego en pautas regulares y graciosas, al par que la falta total de peligro, producen un efecto jovial y ligero, análogo al de una copa de champaña. Un incendio real es algo muy diferente; ahí el horror y cierta sensación de peligro personal, junto con la notoria impresión exhilarante de un incendio nocturno, producen en el espectador (por supuesto, si no es su casa la que arde) una conmoción y un reto, por así llamarlo, al instinto de destrucción que, ¡ay!, yace en el espíritu de todo hombre, aun en el del más pusilánime y hogareño funcionario público de baja categoría... Esta oscura sensación causa casi siempre deleite. «Yo, la verdad, no sé si es posible contemplar un incendio sin sentir algún placer.»"

F.M. Dostoyevski, Los demonios