jueves, 29 de mayo de 2008

One Question,


I-
Why?


Eli Siegel


lunes, 26 de mayo de 2008

Piel roja,

A lady Mongolia


Yo quería ser un piel roja. Tal vez porque aún llegué a tiempo de tener una de aquellas infancias con indios de plástico, o quizá porque me encontré a tiempo con aquel texto de Kafka llamado Deseo de ser piel roja, y que dice todo lo necesario tan a las claras:

"Si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, y sobre un caballo que cabalga veloz, a través del viento, constantemente estremecido sobre la tierra temblorosa, hasta quedar sin espuelas, porque no hacen falta espuelas, hasta perder las riendas, porque no hacen falta riendas, y que en cuanto viera ante sí el campo como una pradera rasa, hubieran desaparecido las crines y la cabeza del caballo."

Franz Kafka, Deseo de ser piel roja

Y digo que quería ser un piel roja porque a esta imagen del guerrero de las praderas se ha venido a añadir últimamente la del jinete mongol. La historia de esta intersección puedo reconstruirla perfectamente. Primero fue el encuentro con el blog Viaje al ojo de un caballo, Veinte días en Mongolia, escrito con una admirable sensibilidad por Carlos Jiménez Arribas, quien en 2006 viajó hasta Mongolia para encontrarse con los últimos caballos salvajes del mundo. Poco más tarde sucedió Un día en Mongolia, exposición que pretende aproximarnos a las formas de vida de los nómadas mongoles en la estrecha interrelación que en ellas se produce entre elementos eminentemente prácticos y elementos simbólicos. Si bien en la exposición se han cuidado los aspectos didácticos suficientemente, puede decirse que no es sino a partir de la visita guiada que los diferentes objetos expuestos comienzan a manifestar su riqueza como partes de un tejido vital. Al salir de la sala, e incluso días después, uno no puede dejar de querer ser aquel niño khalkha que aprende a montar a caballo incluso antes de aprender a andar, o aquel guerrero que cabalga días enteros y que por no detener su marcha, practica una pequeña incisión en el cuello del animal y se alimenta de él. Ante todo ello no hay más remedio que admitir la tremenda profusión de fuerzas que subyace a aquel "porque no hace falta..." que Kafka supo ver y que el nómada mongol habita a diario.


jueves, 22 de mayo de 2008

Gestos urbanos 3, La muerte acecha

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Hasta hace algunos años la situación se planteaba del siguiente modo: frente a un espacio habilitado para el tráfico rodado -la célebre calzada-, existía otro exclusivo para el desplazamiento a pie -la no menos conocida acera. Era un tiempo de conceptos estrictos, esto es esto y aquello es aquello, y no hay más que hablar. Ciertamente, existía la posibilidad de una invasión tolerada y en algún momento de la historia se consideró la opción de que un sujeto andante necesitase cruzar la calzada en sentido transversal, para lo cual se acondicionaron zonas determinadas del pavimento convenientemente señalizadas con franjas, puntos o cualquier otro signo visible -he aquí los pasos de peatones. Ni que decir tiene que el ser humano urbanita, siempre deseoso de nuevas cotas de libertad, continuó haciendo uso de espacios no señalizados para cruzar las calles, pero siempre bajo su cuenta y riesgo -vid. La carrera.
Un buen día ocurre que también esta situación cambia y así como los humanos pedestres invadieron las calzadas, los vehículos se disponen también a conquistar las aceras. Dejando de lado las irregularidades en el estacionamiento, la invasión se ha completado de forma sigilosa en los aparcamientos subterráneos. Cada día, en cada ciudad del mundo, se repite la misma escena: un peatón que camina apaciblemente se ve súbitamente crispado por el grito de guerra de un motor que aumenta sus revoluciones para lanzarse a la carga. Paralizado, el peatón -un animal de costumbres- trata de advertir la situación de peligro en la dirección de la calzada. No, el rugido no procede de allí. Acto seguido dirige su mirada en el sentido contrario y, ¿qué encuentra? Encuentra las puertas de un infierno mecánico en disposición de vomitar al mundo a su criatura. El peatón, en ese momento trágico, advierte la fatalidad de hallarse en la trayectoria del peligro y se ve forzado a reaccionar.

REACCIÓN A: El temor: La reacción habitual consiste en apretar el paso y abandonar cuanto antes la trayectoria de la máquina. La máquina vence. La máquina consuma su invasión.
REACCIÓN B: La resistencia: El peatón aprieta los puños y los dientes, contrae algún esfínter y, parado, se prepara a plantar cara a la máquina. La máquina se detiene y entonces el peatón sigue andando tranquilo. La máquina vence, pero sabe que su invasión cuenta con algunos opositores.
REACCIÓN C: La lucha: El peatón agraviado se interna en el parking y se lanza contra la máquina. Conocedor de su inferioridad en cuanto a fuerza es consciente, no obstante, de la dignidad de su gesto. El peatón heroico muere atropellado. La máquina vence, pero sabe que sus días están llegando a su fin.


martes, 20 de mayo de 2008

La casa, el tiempo, el rostro


Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía: disposición de las habitaciones, olor del vestíbulo, muebles, luz oblicua por la mañana, atenuada a mediodía, solapada por la tarde; todo es igual, incluso los senderos y los árboles del jardín, y esa vieja puerta semiderruida y los adoquines del patio.
También las horas y los minutos del tiempo que pasa son semejantes a las horas y a los minutos de mi vida. En el momento en que giran a mi alrededor, me digo: "Parecen de veras. ¡Cómo se asemejan a las verdaderas horas que vivo en este momento!"
Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión, cuando a pesar de todo el vidrio inevitable de una ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¡Sí, que se me parece mucho, lo reconozco!
¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mi vida, entonces encontraré mi verdadero rostro.

Jean Tardieu, Abuso de conciencia
en Julio Cortázar, Rayuela, 152


jueves, 15 de mayo de 2008

Estirpes,

Nada o muy poco sé de mis mayores
portugueses, los Borges: vaga gente
que prosigue en mi carne, oscuramente,
sus hábitos, rigores y temores.

Jorge Luis Borges, Los Borges, en El hacedor

También a mí, como a Borges, me sucede aquello de no saber nada o casi nada de mi ascendencia. Con grandes esfuerzos conseguiría remontarme tres o cuatro generaciones en el pasado. No son estos ya tiempos de estirpes, y sólo en casos muy raros hay todavía quien pueda decir que es de los tal de no-sé-dónde. El resto tenemos el apellido sin más, huella vaga de vidas que se asoman tal vez en el puente de una nariz, tal vez en una forma de andar, y eso si acaso. Pero incluso para aquellos que intentaron aferrarse a una genealogía como forma de dignificar su linaje hay una circunstancia que acecha: finalmente la procedencia es fruto de una decisión. Cada cual elige su parentesco y en la elección juegan siempre criterios que nada tienen que ver con la heráldica.
Esta cuestión cualitativa tiene una prueba de tipo cuantitativo que encontré ya hace algunos años en un libro de Carl Sagan titulado Miles de millones -Billions and billions-, y que comenzaría con el hecho de que los humanos generalmente tiene dos progenitores, que a su vez tuvieron dos progenitores, y así sucesivamente. La sucesión de la ascendencia crece exponencialmente -2 progenitores, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16...-, es decir, crece realmente rápido. En diez generaciones nos encontramos teniendo 1024 parientes directos, y en 40 generaciones llegamos al billón y pico. Lo de las cuarenta generaciones no está elegido al azar. El número es bonito y simbólico, bíblico como la pasión por las estirpes. Pero si además contamos con que una generación pasa a la siguiente cada 25 años aproximadamente, nos encontramos con que en el año 1008 cada uno de nosotros tenía un billón y pico de parientes directos. Evidentemente en el año 1008 no había tanta población en el planeta. ¿Todos los señores y las señoras del año 1008 son entonces parientes nuestros? En algún sentido el cálculo es tramposo, y supone que cada antepasado juega un único rol en nuestra ascendencia, lo cual es demasiado suponer. Pero si algo acierta a señalar tanto número es que en cierta medida en la elección del linaje de cada cual uno puede optar entre numerosas ramas, sorteando lo que no prefiere, encaminándose por la línea de parentesco de lo que se observa como más dignificante.
En definitiva, cualquiera de nosotros puede ser descendiente tanto de un patricio del Lacio como de un plebeyo de la Galia, tanto de un judío sefardí como de un cristiano viejo, de un persa y de un pirata berberisco, de un corsario inglés y también de un francés de las tropas napoleónicas. Que cada cual elija, la gama que facilita la historia es francamente extensa.


lunes, 12 de mayo de 2008

Valencia, caras B


(1) En la ciudad actual, la planificación de espacios a través del urbanismo espectacular tiene su correlato en la sustitución de la figura del ciudadano por la más actual del turista, en cuanto espectador susceptible de convertirse en productor de imaginario. Equipado con su aparato de producción de imagen digital, el visitante de los nuevos espacios espectaculares -sin distinción por su condición de extranjero o habitante de la ciudad-, reduplica el espectáculo y se convierte en un agente de la tendencia. Ya no basta con nutrir de apariencias a un público atomizado a través de pantallas de recepción doméstica de imagen. Además, hay que poner a esas fuerzas de lo imaginario a trabajar en un movimiento multifocal de repetición.
La política de planificación urbana de la ciudad de Valencia se ha caracterizado en los últimos años por una marcada tendencia hacia el urbanismo-espectáculo, junto con una insensible actuación de desestructuración de tejidos urbanos y rurales con un carácter propio. Estas actuaciones han redundado en una focalización de la atención en espacios banales, que los "dignatarios" valencianos califican de situación-de-Valencia-en-el-mundo.
La otra cara de esta "ciudad del mundo" es aquella por la que todo un conjunto de barrios, atacados por el urbanismo espectacular, comienza a vivir experiencias de politización que se concretan en plataformas vecinales para la salvaguarda de conjuntos urbanos o rurales cuya entidad peligra.

(2) Google dispone, a través de la página web Panoramio, de una herramienta para la localización de imágenes. Cualquiera puede asignar sus capturas a puntos concretos del mapa, de tal manera que las imágenes más valoradas por la comunidad de usuarios pasan a formar parte de aquellas que se muestran en el conocido Google Earth.
En este portal se advierte de modo ejemplar cómo la ciudad ha llegado a convertirse en espectáculo dado a la multiplicación desde el espectador particular convertido ya en repetidor. Las imágenes se adocenan en los puntos que las guías y las vallas publicitarias promocionan. Pero también en este portal ha llegado a ser evidente que el principio según el cual sólo es real aquello aparente puede sufrir una apropiación para la denuncia. El espectáculo, con todos los accesorios que dispone para la vivencia como turista, puede ser apropiado para cumplir con una estrategia de visibilización de los espacios urbanos en peligro. Es algo que ya se ha comenzado a hacer en la web que mencionamos, incluyendo imágenes de edificios en peligro.

Desde este blog se propone incidir en esa línea y se invita a cualquiera a que sitúe, a modo de denuncia, sus imágenes sobre espacios urbanos o rurales en peligro en esta plataforma de visibilización.
Junto al espectáculo que quieren vender, no estará nunca de más incluir el espectáculo que están dando.


[Para cualquier duda, sugerencia o discusión sobre la propuesta, siempre pueden emplear el correo electrónico de este mismo blog o el espacio que se facilita para los comentarios.]


jueves, 8 de mayo de 2008

Dadá 4, Los blasfemos


"Desde la más alejada Edad Media, el loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros: llega a suceder que su palabra es considerada nula y sin valor, que no contiene ni verdad ni importancia, que no puede testimoniar ante la justicia, [...] o ni siquiera, en el sacrificio de la misa, permite la transubstanciación y hacer del pan un cuerpo; en cambio suele ocurrir también que se le confiere, opuestamente a cualquier otra persona, extraños poderes como el de enunciar una verdad oculta..."

Michel Foucault, El orden del discurso


Domingo, 17 de noviembre de 1918: la revolución continúa en Alemania y hay ya constituido un Consejo de los Representates del Pueblo, la paz exterior tiene seis días de vida y la libertad de movimiento y de prensa apenas cinco. Imbuido por este espíritu renovado y por algunos otros, Johannes Baader accede a la catedral de Berlín. Es el momento:

"Cuando el capellán real Dryander quiso comenzar su prédica, Baader gritó con fuerza: "¡Un momento! Yo les pregunto: ¿qué les importa a ustedes Jesucristo? A ustedes les importa un pimiento...", no llegó más lejos, hubo un terrible tumulto, Baader fue arrestado y se presentó una querella contra él por blasfemia. Pero no pudieron hacerle nada, porque llevaba consigo el texto completo de su discurso, en el que decía "porque ustedes se desentienden de sus mandamientos, etc". Naturalmente, todos los periódicos estaban llenos de escritos sobre ese incidente."

Raoul Hausmann, en Richard Huelsenbeck (ed.), Dadá: eine literarische Dokumentation

El Über-Dadá Johannes Baader había realizado uno de los mayores logros del Dadá en el campo del happening. Pero los testimonios son confusos y dependiendo del periódico o del Dadá-cronista que se tome, a la frase pronunciada por Baader se añade otras que van desde un "¡Dadá salvará al mundo!" hasta un "¡Cristo es una salchicha!". En cambio, respecto a la expresión "¡Jesucristo nos importa un pimiento!" y al discurso no pronunciado por Baader y que serviría como razón exculpatoria, tenemos suficiente certeza si tomamos en consideración la nota que él mismo enviaría al periódico Berlin Tageblatt el día siguiente al suceso. Pero en dicha nota podemos también leer:

"La afirmación que aparece en los citados periódicos de que se trata de un enfermo mental se suma a los medios que se emplean hoy día cuando una persona se vuelve incómoda."

Johannes Baader, Nota al Berliner Tageblatt

El juego Dadá llega al primer plano si a dicha frase se añade la firma que culmina la nota, en la que el artífice se declara "Presidente de la Humanidad".
Baader había sido internado en un centro de reclusión para enfermos mentales -entonces aún manicomios- en agosto de 1899. Años después Huelsenbeck recordaría que gracias a este hecho el Dadá consiguió con Baader su "licencia de caza", ya que por su condición de enfermo las autoridades no le consideraban responsable de sus actos. De este modo, Dadá completa definitivamente a través de Baader la hermandad entre razón y sinrazón en la subversión de la vida desde el arte.


lunes, 5 de mayo de 2008

Aproximación psicogeográfica, Terrae incognitae


(1) En un mapa de 1529 Diego Ribero representa Sudamérica con un perfil que por fin está próximo a cerrarse. Desde la fina línea representada por Nicolo Caveri en 1502 -sin estrecho de Magallanes, ni aproximación al mismo-, pasando por la franja de tierra que se expone en el mapa de Johannes de Stobnicza de 1512 bajo el rótulo de terrae incognitae, y hasta el mapa de Ribero, la capacidad imaginativa de los cartógrafos europeos se golpea durante casi medio siglo contra una realidad incierta. Alguno de esos mapas pasa por ser una imagen perfecta de la incertidumbre: en ellos todo sucede como si alguien hubiese encendido un gran faro en Europa, iluminando la costa atlántica de América pero dejando por el mismo motivo la costa pacífica a oscuras.


(2) En un pasaje de Las confesiones de un inglés comedor de opio, el protagonista cuenta los placeres que el opio le proporciona en sus sábados orgiásticos y la relación que dichos placeres tienen con la asiduidad a dos espacios contrapuestos: la ópera y los alrededores de los mercados, donde las clases populares acuden a invertir su salario:

"llevado por la intención de asistir en lo posible a un espectáculo por el que sentía tan plena simpatía, era frecuente que los sábados por la noche, después de tomar opio, me echase a caminar, sin fijarme en la dirección ni en la distancia, hacia los mercados y otros lugares de Londres donde acuden los pobres la noche del sábado para gastar su dinero."

Thomas de Quincey, Confesiones de un inglés comedor de opio

En esas salidas, junto al trato con los desfavorecidos el protagonista aprende algo sobre la ciudad onírica, sobre la ciudad narcotizada. La experiencia de la ciudad tomada por el hilo del opio se aproxima de modo inverosímil a la vivencia del viaje oceánico:

"A veces, en mis intentos de navegar de vuelta a casa con arreglo a los principios náuticos, fijando la mirada en la estrella polar y buscando ambiciosamente el paso del Noroeste en lugar de circunnavegar todos los cabos y puntas que doblara en mi viaje de salida, terminaba por tropezarme con los más arduos problemas en forma de callejuelas intrincadas, entradas misteriosísimas y calles sin salida, que eran como enigmas de la esfinge que hubiesen burlado la audacia de los mozos de cuerda y confundido el intelecto de los cocheros. Casi me persuadía por momentos de ser el primero en descubrir algunas de esas terrae incognitae y dudaba de que figurasen en los mapas modernos de Londres."

Thomas de Quincey, Ibíd.


(3) Tomar un mapa de la ciudad que se habita y una botella de bourbon; trazar los itinerarios habituales durante el tiempo que se estime necesario (para la mayoría un semestre bastará); el espacio sin trazos valdrá como terrae incognitae, es decir, como objetivo; lanzar una moneda o cualquier otro objeto sobre el mapa, de tal manera que marque un punto aproximado de destino dentro del área-objetivo (el rigor es aquí contraproducente); dejar el mapa en casa, salir a la calle, ingerir dosis suficientes de bourbon e iniciar una aproximación zigzagueante a la zona indicada por la moneda; lograr el objetivo y regresar por el camino más corto a casa.