jueves, 27 de agosto de 2009

El tedio en las calles,


(1) "Nos aburrimos en la ciudad". Cinco palabras para describir un círculo subterráneo, las cinco primeras palabras del texto situacionista firmado por Gilles Ivain bajo el título de "Formulario para un nuevo urbanismo". Pero, aún hay un anillo más amplio en este infierno urbano: el tedio, esa forma de dar muerte al tiempo de vida que anuda el aburrimiento y la diversión, el trabajo y el ocio, como sendas formas de un encierro en el que las horas acaban calcinadas. Ardemos de tedio en la ciudad.
Algo me hace pensar que esta muerte anticipada guarda relación con cierta forma de transferir una imagen enajenada a nuestros modos de representarnos la vida en las calles. No escapamos de la retícula, pensamos; no escapamos del laberinto, de la repetición de las calles y, entonces, vivimos como si nuestra ciudad fuese la ciudad planificada del urbanista. Nos imaginamos ocupando la celda, abandonando la celda en un movimiento dado en función de un desplazamiento que se exige para ocupar de nuevo la celda, la siguiente celda. Animales enjaulados en una idea, porque ni siquiera la existencia de una realidad urbana planificada es suficiente para garantizar una vida encerrada en una retícula.

(2) Marco Polo describe Esmeraldina al Gran Kan. Habla de una "ciudad acuática" en la que "una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se entrecruzan". Habla también de una ciudad en la que sus habitantes "no conocen el tedio de recorrer cada días las mismas calles", ya que la combinación siempre posible de itinerarios acuáticos e itinerarios terrestres garantiza una serie potencialmente infinita de trayectos. Pero eso no es todo. Marco Polo observa que un hipotético trabajo de cartógrafo sobre Esmeraldina debería contemplar el hecho de que allí "los gatos, los ladrones, los amantes clandestinos se desplazan por calles más altas y discontinuas, saltando de un tejado a otro, dejándose caer desde una alta glorieta hasta un balcón, bordeando canalones con paso de funámbulos". Y es así como "un mapa de Esmeraldina debería comprender, indicando con tintas de diferentes colores, todos esos trazados, sólidos y líquidos, patentes y ocultos" (Italo Calvino, Las ciudades invisibles).

(3) Pide a alguien que dibuje una ciudad. Muy probablemente aparecerá representado ante ti algo semejante a la típica vista del skyline de Nueva York. Un contorno, perspectiva frontal, espacio tejido para abrazar el aire y una incógnita indescifrable alrededor de los pasos posibles de sus habitantes. Pide ahora que dibuje su ciudad. Pronto comenzará a aparecer el laberinto, la tela de araña, la línea sin horizonte dibujada por el ojo de Dios, bajo el cual no es posible vivir. No hay espacio aquí para lo patente, no hay espacio tampoco para lo oculto. No hay ni un paso que dar.
Agentes del tedio en nuestras formas de vivir según un espacio concebido, mientras las figuras de lo urbano, así las ciudades invisibles, son innúmeras. Tal vez un día poco probable, el fuego que nos consume las horas prenda en el lugar oportuno y arrase todas las calles. No serán calles de adoquín, cabe imaginar, sino de esquema. Ese día podremos decir aquello de que "el fuego está en el cerebro de la gente, no en el tejado de las casas", y saldremos a andar al encuentro de todo lo imposible.


jueves, 20 de agosto de 2009

La máquina poética,




Ama a la máquina. La belleza de sus movimientos exactos, milimétricos. Una belleza que no está hecha para la mirada cruda, primitiva, del ojo humano. Una belleza que sólo se descubre ante la mirada de la máquina misma. La poética de la disección del movimiento, de seccionar los instantes para representarlos de tal modo que permitan al hombre viejo transformarse, desvelar la verdad de la máquina.


viernes, 14 de agosto de 2009

La disminución,


Ahora sabía que aquello no había terminado, que tal vez no era sino el principio. Primero había sido su nariz, su hermosa nariz, su nariz lúcida y premonitoria disuelta, poco a poco disminuida hasta confundirse en una nada de piel lisa en el centro de su cara. Después sus orejas comenzaron a no ser más unas orejas, casi dos muñones encogidos y añadidos a un lado y otro de su cabeza. Pero una cabeza, ¿qué podía ser una cabeza sin esos, sus elementos periféricos pero, no obstante, esenciales? ¿Hasta la pérdida de qué atributos iba su cabeza a seguir mereciendo tal nombre?


lunes, 10 de agosto de 2009

El suicidio de Dios,


Aún puede plantearse, pese a todo, una tercera hipótesis no explorada por el pensar y sólo vagamente intuida en la figura mitológica del deus otiosus. Es aquella por la cual Dios, en su omnipotente majestad, tomaría la inexistencia no como una privación sino como la máxima prueba de su poder creador. Tras haberse dado el Ser, el Hacedor se daría también la Nada. La historia toda del teológico Ser-Dios restaría entonces como pago en cumplimiento del supremo sacrificio, y la posibilidad de esta hipótesis como su clausura.