miércoles, 31 de octubre de 2007

Todos los fuegos, 3

“Constituía un placer espacial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco hacia la hoguera, en tanto que los libros, semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía.”

Ray Bradbury, Fahrenheit 451


domingo, 28 de octubre de 2007

La ciudad 5, Leer en los rostros


Todo gesto pertenece al tiempo y se expande como un indicador, como un trazo de la memoria del cuerpo, de su patrimonio expresivo acumulado. Pero todo gesto aflora desde el espacio que el cuerpo ocupa o en el que se desplaza, como si estuviese transido por unas fuerzas que emanan desde el medio, dotado por tanto de cualidades psico-geográficas.

"El trayecto no sólo se confunde con la subjetividad de quienes recorren el medio, sino con la subjetividad del medio en sí en tanto que éste se refleja en quienes lo recorren."

Gilles Deleuze, "Lo que dicen los niños", en Crítica y clínica

La ciudad, como eminente espacio del trayecto, es al tiempo el escenario en el que el gesto puede ser leído, en el que el hombre deviene signo para el hombre. Leer rostros, leer formas de andar, de estar a la espera, leer la atención de unos ojos puesta en… Cualquier estudio cualitativo del hombre de la ciudad debe incidir en este aspecto central. Cualquier aproximación a la verdad de lo que hemos llegado a ser debe contar con ello. Mucho antes de que una sociología cualitativa de lo urbano, una antropología del espacio o una filosofía crítica se hubiese formado, el reto que tal actualidad planteaba fue asumido por la literatura. Toda la gran literatura desde el siglo XIX es, en buena parte, literatura para la gran pregunta que supone el despliegue gestual del hombre de la ciudad. Por su alcance seminal, proponemos El hombre de la multitud como enseña de este trabajo.

"Los raros aspectos de la luz me encadenaban a examinar los rostros de los individuos, y aunque la rapidez con que pasaban ante el ventanal me impidiera echar más de una ojeada sobre cada rostro, me parecía que, dado mi peculiar estado mental, podía leer con frecuencia, en el breve intervalo de una mirada, la historia de largos años."

E. A. Poe, El hombre de la multitud


viernes, 19 de octubre de 2007

Records de l'avenir o los futuros recordados,

En un tiempo de relativa desesperanza -hablo, al menos, de la desesperanza informada, no del pesimismo patológico-, es prácticamente imposible no echar la vista atrás en la dirección de todos aquellos pensamientos que se formaron sobre la hipótesis de un futuro prometido. Falacias naturalistas aparte, el vigor que el pasado de nuestra cultura dispuso para crear utopías, discursos mesiánicos, relatos del progreso asegurado, contrasta vivamente con nuestro presente cansancio.


El gran drama de estos tiempos del tedio no es únicamente la generalización de la neurastenia, sino el recuerdo de aquellos futuros y la certidumbre de que siempre seguirán siendo posibles-impracticados. Una reflexión lúcida al tiempo que serena sobre este escenario de la pérdida puede encontrarse en George Steiner, Gramática de la creación, Marid, Siruela, 2005.

miércoles, 10 de octubre de 2007

El método,


Cualquier persona que haya intentado en algún momento de su vida aprender una lengua extranjera habrá topado, a buen seguro, con los libros de método. La primera obra dramática escrita por el genial Eugène Ionesco tiene su raíz en dicha experiencia. El método Assimil de inglés debió resultar a Ionesco suficientemente inspirador como para componer con los ejemplos que proponía los diálogos de lo que sería una de sus obras más afamadas: La cantante calva. Con ello, la dramaturgia del absurdo de más alto nivel encontraba su parentesco con la pantomima de lo cotidiano depositada en los mencionados manuales.
Como homenaje a todos los esforzados estudiantes de lenguas metodizadas ofrecemos hoy dicha obra: