martes, 1 de mayo de 2012

Letra salvaje,



Carta de los salvajes:

"Estimado lector,

En el principio, recordará, fue el gesto como un desgarrón, como una voz tras la cesura de tanta voz. De ese gesto emergió Rosas entre la mierda, y estuvo bien. Fue el tiempo, recordará, de poner en el matraz los elementos de la palabra que nos dejaban, a nosotros sin tanta hambre del escribir; a usted sin tanta hambre del leer. Y estuvo bien. Estuvo bien hasta que notamos en la coronilla el aliento de otra forma de hacer palabras, digamos por el viejo modo tipográfico. De repente todo se deslizaba hacia aquel olor a cola, hacia aquella suciedad de tinta.
En la puerta del taller prendimos un cartel que decía "LETRA SALVAJE", porque en adelante, creemos, la palabra inventará costumbres primitivas, o no será. La palabra tomará esa forma de barbarie que debe pasárselas con poco y que pone ella misma su territorio, su parentesco y, si fuera necesario, hasta su enemigo.
En el taller seguimos. Entre si escucha el tañer de las máquinas."


jueves, 19 de noviembre de 2009

Últimos éxodos,


Pequeños rimbauds, también nosotros saldremos mañana en busca de nuestros negros, de nuestros otros, de todos esos extranjeros que albergamos. Mr. Chalk tomó la delantera y, tras andar el camino del Norte, fondeará un día en aguas del sol naciente. Kowalski hará lo propio en breve, imagino que a pie: es lo que corresponde a un hombre sin otra patria que sus zapatos. Dará con un bosque y en su centro algo en los huesos le reclamará establecerse allí, llevar lo doméstico hasta allí, permanecer erguido en medio de sí mismo allí. Turner ya no será Turner: un cambio de piel, otra muerte en otro nombre.
Hemos guardado los cuchillos. Dejamos bien visibles algunos tajos. Campen por donde quieran, que aquí ya no vive nadie.


domingo, 25 de octubre de 2009

Intemperies,


intemperie, del latín intemperĭes:
1. destemplanza [de los elementos o de los humores de los hombres].
2. inclemencia [del tiempo], tempestad.
3. capricho, intemperancia, inmoderación.
4. indisciplina, insubordinación.

En algún punto de Cosecha roja, el agente de la Continental recuerda a sus compañeros recién llegados a Poisonville: "Las pruebas no nos sirven. Lo que necesitamos es dinamita". Algo aquí se ha desencajado de los goznes del género negro, algo está comenzando a andar en un yermo de escombro. A Hercule Poirot las esquirlas le han alcanzado el trasero. El detective no es ya un lector de secuencias temporales encubiertas, no se trata ya de esclarecer lo ocurrido, de poner en su lugar cada elemento de los hechos. Se trata de hacer suceder otro accidente más, de aplicar cargas en los lugares apropiados para que afloren los conflictos. El negocio ya no está en la interpretación de la estructura sino en la producción del acontecimiento:

"—De manera que ese es el método científico de trabajar que tenéis los detectives. La verdad, considerando que eres un tipo gordo, cuarentón, que no se casa con nadie y testarudo, tienes la manera de trabajar menos concreta de todas las que conozco.
—Los planes están bien algunas veces —dije—. Y otras, lo que está bien es simplemente remover las cosas; está bien si eres lo suficientemente duro para sobrevivir y conservar bien abiertos los ojos para ver lo que te interesa cuando sale a la superficie."

Dashiell Hammett, Cosecha roja

Inscrito en la tendencia como catalizador, el agente de la Continental debe vivir en ese condicional que parte en dos la realidad —o superviviente o cadáver— con la atención crispada el mayor tiempo posible.
En Poisonville no se duerme. En Poisonville se suple el sueño con ginebra y cafés cargados y duchas frías de madrugada. Se merodea buscando el momento propicio para la caza, se vaga sin fin, sin idea de volver a un punto de origen que cumpla con los requisitos de lo doméstico. Es la intemperie como exterioridad, como vida en el afuera de las normas y los planes, como exposición. Permanecer erguido en ese clima pasa por convertir a otros en cadáveres, por hacer efectiva en otros la amenaza de la exposición o, según el texto, por volverse blood-simple.
Cosecha roja funciona según la lógica del mito del descenso a los infiernos. Para algunos, diríamos, es posible vivir incluso entre un pueblo de demonios. Ahora bien, la forma de describir el proceso de conversión a un credo de sangre como fiebre, enfermedad y envenenamiento recuerda que, pese a todo, una vida a la intemperie es también una vida en la que no se puede volver a casa, una vida en la que no se puede volver a uno mismo, una vida fuera de sí: "Tengo dura la piel por encima de lo que me queda de alma y, después de andar entre crímenes durante veinte años, puedo estudiar cualquier clase de asesinato sin ver en ello más que el pan de cada día, mi trabajo. Pero esto de disfrutar haciendo planes mortales, no, ese no soy yo. Es lo que esta ciudad me ha hecho". En tal situación, si algo queda es poder aún desear vivir de otro modo, o cerrar los ojos y esperar a oír el golpe. El agente de la Continental se sumerge en la noche del láudano y el infierno, fuera y dentro, sigue su propio curso.

domingo, 18 de octubre de 2009

Sábado, Main St.



Basta estar a la hora adecuada en Main St. para verlos llegar desde los campos. Esos hombres, esas bestias de carga de espaldas hundidas aparecen por la ciudad al anochecer como diablos polvorientos directamente llegados del desierto. No conocen padre, no conocen hermano, ni un ápice de temor de Dios albergan sus almas. Todo debe hacerse en una noche. Todo se expiará mañana al doblar la campana.


martes, 13 de octubre de 2009

La respiración,


Ante la primera metida sólo me ha dado tiempo a cruzar la mano. La segunda ni la he visto venir. Entre el humo y la música, nadie parece haberse dado cuenta, mientras trato de no moverme. Lo peor no es el dolor, sino la sensación de que por el agujero se te van a salir las tripas. El pelagatos que me ha dado las mojadas no me preocupa, esos tardan poco en abrirse. Tan sólo me ocupo de respirar poco, muy suave, casi sin que el aire llegue a los pulmones, quedandose en la garganta. No puedo soportar la sensación que me produce en el estómago el respirar poco más allá de mi garganta. La sensación de que a cada bocanada se abre un poco el tajo, y de que sólo la presión de mis manos evita que caiga todo al suelo.






miércoles, 30 de septiembre de 2009

La lucha,


He sentido crujir las costillas, pero continúo. Hace rato que noto el sabor metálico que producen los golpes en la cara, pero todavía no he visto sangre. Por ahora me centro, encajo los golpes, e intento encontrar un hueco. Acepto el dolor. Paladeo el dolor. Lo disfruto como una lengua áspera que me lame el cuerpo. El sufrimiento no enseña nada; sufrir es siempre innecesario. El dolor, sin embargo, es un gran maestro que sólo es radical y docente cuando se lo acepta. Cuando uno lo niega y rechaza, comienza el sufrimiento. Otro golpe. Esta vez sí, noto una gota derramarse hasta mi boca. El simple notar del corrillo de la sangre, no los golpes, me hace derrumbarme. Justo entonces, el combate se acaba.


domingo, 27 de septiembre de 2009

Canción en cuatro muertes,


Andrei comió vidrio machacado en una sopa tibia bien condimentada. Siempre fue un bastardo: patadas para el perro, patadas para los niños, puntapiés también para la esposa y los vecinos. Ella le quiso justo hasta el final, después hizo lo que todos ya habían pensado.

Phil cosechó más allá de su propiedad durante toda una jornada. No llegó a prender el candil sobre la mesa: un atizador le surcó la cara. Había pasado media vida trampeando. Ni los más cercanos discutieron que había sido tal y como se esperaba.

Bernard encontró una nueva amante. Su esposa, en cambio, seguía siendo la de siempre. Si la primera era conocida por sus cálidos muslos, la segunda lo era por su mano en la matanza. Acabó en un barreño despiezado. Una canción lo recuerda todo: Pig Bernard and wife. En su pueblo aún la cantan.

Jacob siguió recto por la última curva del camino. Su cráneo terminó en el asiento de atrás. Hasta mucho después nadie lo echó en falta. El depósito del líquido de freno apareció perforado. Finalmente se convino en que tanto daba.


lunes, 14 de septiembre de 2009

Los estranguladores,


Una presión constante y bien localizada es suficiente para terminar con la vida de un tipo. Ningún crío en el barrio vive con ello en mente pero una leve iniciación en el camino de los estranguladores se lo pone en claro. A los trece o los catorce cualquiera de entre ellos tiene la fuerza necesaria para utilizar un cable de freno y a los dieciocho ya hay quien opta por hacer uso de sus propios pulgares, otros tal vez más tarde y por vencer el tedio de la técnica.
En el negocio hoy se cotiza el plomo, sin discusión. Fuego bajo los neones, fuego entre más fuego. En cambio nosotros, los del oficio, seguimos manufacturando, haciendo lazos, arreglando nudos y respetando el silencio de los muertos que se nos encomiendan. No hay otra forma: acompañamos a lo agónico hasta sus últimos trazos. Acompañamos, acompañamos de cerca y dejamos el resto acostado en el asfalto y sólo entonces ponemos calles de por medio.


domingo, 13 de septiembre de 2009

Muerte rutinaria,

·
De todo lo que ella no podía esperar yo fui lo peor.Eso no se sabría hasta el final. Mientras, debía transcurrir todo un año de buenas noches cariño al filo de la media noche, de erecciones traídas a duras penas en días señalados, de calor de hogar hecho de las mismas frases de todas las casas, y siempre la mirada puesta a varias décadas de distancia: viajes, cocinas nuevas, un vestido bonito para el santo y visitas a la familia por la Pascua.
No sabía que ya la mataba, que la miraba entre viajes y cocinas, vestidos y visitas y ya iba matándola, que mi mirada terrosa en aquellas tardes abochornadas parecía muerta, pero que era de su muerte de lo que se hartaba. La maté para no tener que mirar así de nuevo. No, eso fue después, mucho más tarde, al final, después. La maté porque matarla estaba desde el principio allí, viviendo con nosotros. La maté contando con saber después por qué matarla e ignorando que su muerte era la razón para toda aquella farsa.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Un trabajo en Little Italy,



La noche era plomiza y salvaje, negra, palpitante, tensa. Un par de cientos por adelantado servían para no pensar. Billy iba al volante. Seguimos al tipo por la calle Hester hacia Chinatown. Cuando llegamos al cruce con Mulberry Billy paró a su lado y yo me deslicé fuera del coche con el revolver nervioso cortando la noche. Antes de que pudiera hablar ya estaba tirado con el pecho lleno de plomo. Matar era fácil en Little Italy. Mientras nos alejábamos pude ver a los rateros y a las fulanas, a los mendigos y los maníacos, a todos aquellos criminales raquíticos saliendo de sus madrigueras para desvalijar al fiambre. Teníamos tiempo para largarnos lejos de allí. Nadie llama a la pasma hasta que el pobre diablo está limpio.


sábado, 5 de septiembre de 2009

Espacios efímeros,


Hace algunos días subía al metro en Colón una mujer portando una paloma acurrucada entre los brazos. El animal tenía un aspecto enfermizo.
Colón no es uno de esos lugares en los que alguien vaya a pararse a recoger a un animal enfermo.
Aquella mujer no parecía el tipo de mujer que se detendría a auxiliar a un bicho de la calle.

La compasión que se revela en este gesto me resulta, o, en concreto aquí me resulta, del todo indiferente. No tanto así, en cambio, el hecho de que el gesto supusiese una breve interrupción de ese continuo fluctuante que es la calle Colón, la parada de metro, el vagón. Interrupción sin estrategia, salto improvisado. Pienso entonces en lo dicho en El tedio en las calles, pienso en la fotografía de William Klein, Robert Frank, Saul Leiter, pienso en aquella expresión de Manuel Delgado, "la ciudad menos su arquitectura, todo lo que en ella no se detiene ni se solidifica", y advierto que nosotros, el espacio que abren nuestros encuentros, bien puede funcionar como el infierno para el plan, fuego corriendo por las calles en direcciones imprevisibles.
No había forma de leer en el plan y, entonces, no había forma de esperar, que aquella paloma enferma sería aquel día parte del pasaje. Ningún ocupante del metro pudo prever que alguien introduciría en su vida semejante distorsión y, de saberlo, probablemente la habría evitado.

En alguna parte Morelli asegura que el otro en la calle se nos da no como una realidad fílmica sino más bien como un hecho fotográfico. A mí me cabe pensar en una percepción del espacio de encuentro cuya sustancia vive encabalgada entre ambas formas, como la posibilidad siempre refundada de que, inopinadamente, una instantánea eche a andar haciendo que lo que funcionaba como el trasfondo de una panorámica urbana termine proporcionando los retazos para una biografía colectiva. Biografía tenue, incompleta, difícil de seguir por la insidiosa tendencia a aparecer sus fragmentos cuando uno menos los espera, por su habilidad de diluirse un momento después. Algunas fotografías de Klein —las mejores, creo—, parecen detenerse en ese instante en que una estatua de sal, exorcizada por la cámara, va a lanzarse a la arena como agente de lo efímero.

"La ciudad menos su arquitectura", decía Manuel Delgado, ese espacio urbano real, sin hipóstasis. "Ahí no hay más remedio que aceptar someterse a las miradas y a las iniciativas de los otros. Ahí se mantiene una interacción siempre superficial, pero que en cualquier momento puede conocer desarrollos inéditos". Si alguna necesidad le cabe al tedio en la vida urbana es la necesidad que sigue al olvido de ese ahí innombrable y, me temo, nuestras aptitudes para el olvido prácticamente no conocen límite. Un olvido que engendra gestos apropiados en lugares apropiados, lógica retorcida que hace de las calles precisamente lo que no nos es propio y que borra cualquier tentativa de apropiación para devolver el conjunto íntegramente al plan.

Hace algunos días subía al metro en Colón una mujer portando una paloma enferma acurrucada entre los brazos, pero, ay, una paloma enferma se deja conducir demasiado fácilmente al olvido. Mañana alguien bajará al metro con un caimán perfectamente sano como un gesto que recoge la invitación de otro gesto, desarrollo inédito, paso a lo inesperado. Sobresalto, piernas mordidas y gritos en un cielo subterráneo. Aún así, sin duda habrá quien teniendo la escena ante las narices vuelva a su casa como cada día, muerto de tedio, muerto.


jueves, 27 de agosto de 2009

El tedio en las calles,


(1) "Nos aburrimos en la ciudad". Cinco palabras para describir un círculo subterráneo, las cinco primeras palabras del texto situacionista firmado por Gilles Ivain bajo el título de "Formulario para un nuevo urbanismo". Pero, aún hay un anillo más amplio en este infierno urbano: el tedio, esa forma de dar muerte al tiempo de vida que anuda el aburrimiento y la diversión, el trabajo y el ocio, como sendas formas de un encierro en el que las horas acaban calcinadas. Ardemos de tedio en la ciudad.
Algo me hace pensar que esta muerte anticipada guarda relación con cierta forma de transferir una imagen enajenada a nuestros modos de representarnos la vida en las calles. No escapamos de la retícula, pensamos; no escapamos del laberinto, de la repetición de las calles y, entonces, vivimos como si nuestra ciudad fuese la ciudad planificada del urbanista. Nos imaginamos ocupando la celda, abandonando la celda en un movimiento dado en función de un desplazamiento que se exige para ocupar de nuevo la celda, la siguiente celda. Animales enjaulados en una idea, porque ni siquiera la existencia de una realidad urbana planificada es suficiente para garantizar una vida encerrada en una retícula.

(2) Marco Polo describe Esmeraldina al Gran Kan. Habla de una "ciudad acuática" en la que "una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se entrecruzan". Habla también de una ciudad en la que sus habitantes "no conocen el tedio de recorrer cada días las mismas calles", ya que la combinación siempre posible de itinerarios acuáticos e itinerarios terrestres garantiza una serie potencialmente infinita de trayectos. Pero eso no es todo. Marco Polo observa que un hipotético trabajo de cartógrafo sobre Esmeraldina debería contemplar el hecho de que allí "los gatos, los ladrones, los amantes clandestinos se desplazan por calles más altas y discontinuas, saltando de un tejado a otro, dejándose caer desde una alta glorieta hasta un balcón, bordeando canalones con paso de funámbulos". Y es así como "un mapa de Esmeraldina debería comprender, indicando con tintas de diferentes colores, todos esos trazados, sólidos y líquidos, patentes y ocultos" (Italo Calvino, Las ciudades invisibles).

(3) Pide a alguien que dibuje una ciudad. Muy probablemente aparecerá representado ante ti algo semejante a la típica vista del skyline de Nueva York. Un contorno, perspectiva frontal, espacio tejido para abrazar el aire y una incógnita indescifrable alrededor de los pasos posibles de sus habitantes. Pide ahora que dibuje su ciudad. Pronto comenzará a aparecer el laberinto, la tela de araña, la línea sin horizonte dibujada por el ojo de Dios, bajo el cual no es posible vivir. No hay espacio aquí para lo patente, no hay espacio tampoco para lo oculto. No hay ni un paso que dar.
Agentes del tedio en nuestras formas de vivir según un espacio concebido, mientras las figuras de lo urbano, así las ciudades invisibles, son innúmeras. Tal vez un día poco probable, el fuego que nos consume las horas prenda en el lugar oportuno y arrase todas las calles. No serán calles de adoquín, cabe imaginar, sino de esquema. Ese día podremos decir aquello de que "el fuego está en el cerebro de la gente, no en el tejado de las casas", y saldremos a andar al encuentro de todo lo imposible.


jueves, 20 de agosto de 2009

La máquina poética,




Ama a la máquina. La belleza de sus movimientos exactos, milimétricos. Una belleza que no está hecha para la mirada cruda, primitiva, del ojo humano. Una belleza que sólo se descubre ante la mirada de la máquina misma. La poética de la disección del movimiento, de seccionar los instantes para representarlos de tal modo que permitan al hombre viejo transformarse, desvelar la verdad de la máquina.


viernes, 14 de agosto de 2009

La disminución,


Ahora sabía que aquello no había terminado, que tal vez no era sino el principio. Primero había sido su nariz, su hermosa nariz, su nariz lúcida y premonitoria disuelta, poco a poco disminuida hasta confundirse en una nada de piel lisa en el centro de su cara. Después sus orejas comenzaron a no ser más unas orejas, casi dos muñones encogidos y añadidos a un lado y otro de su cabeza. Pero una cabeza, ¿qué podía ser una cabeza sin esos, sus elementos periféricos pero, no obstante, esenciales? ¿Hasta la pérdida de qué atributos iba su cabeza a seguir mereciendo tal nombre?


lunes, 10 de agosto de 2009

El suicidio de Dios,


Aún puede plantearse, pese a todo, una tercera hipótesis no explorada por el pensar y sólo vagamente intuida en la figura mitológica del deus otiosus. Es aquella por la cual Dios, en su omnipotente majestad, tomaría la inexistencia no como una privación sino como la máxima prueba de su poder creador. Tras haberse dado el Ser, el Hacedor se daría también la Nada. La historia toda del teológico Ser-Dios restaría entonces como pago en cumplimiento del supremo sacrificio, y la posibilidad de esta hipótesis como su clausura.