"He hablado de la inutilidad del arte, pero no he dicho la verdad sobre el consuelo que procura. El solaz que me da este trabajo de la cabeza y el corazón, reside en que sólo aquí, en el silencio del pintor o del escritor, puede recrearse la realidad, ordenarse nuevamente, mostrar su sentido profundo. Nuestros actos cotidianos son en realidad la arpillera que oculta la tela laminada de oro, el significado del diseño. Por medio del arte logramos una feliz transición con todo lo que nos hiere o vence la vida cotidiana, no para escapar al destino, como trata de hacerlo el hombre ordinario, sino para cumplirlo en todas sus posibilidades: las imaginarias."
Lawrence Durrell, Justine
La vida como escenario de la respuesta necesaria. Cada cual haciéndose cargo de la propia, y en la propia, también inevitablemente, de la de tantos otros. Y en definitiva haciéndose cargo de la vida, y si se es serio, sin subterfugios, sin la necesidad de conjurar el destino. El arte como vía para mostrar la riqueza en tal actividad: no ya solamente el hacerse cargo del destino, sino además desplegarlo en toda su amplitud que incluye lo imaginario, lo real-imaginario. Pero este esfuerzo de demiurgo es para el artista y poco de ello queda para el receptor. Si hay un libro en que se hable de lo que queda de ese otro lado, del lado de la imposibilidad de salvarse de la profunda desesperación vital, del desgarramiento, a través de la recepción artística, éste es Maestros Antiguos, de Thomas Bernhard. La existencia de lo estético como vía vital se debate en el mundo contemporáneo entre el narrador de Justine y la entereza en la desesperanza de Reger.
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