Todo gesto pertenece al tiempo y se expande como un indicador, como un trazo de la memoria del cuerpo, de su patrimonio expresivo acumulado. Pero todo gesto aflora desde el espacio que el cuerpo ocupa o en el que se desplaza, como si estuviese transido por unas fuerzas que emanan desde el medio, dotado por tanto de cualidades psico-geográficas.
"El trayecto no sólo se confunde con la subjetividad de quienes recorren el medio, sino con la subjetividad del medio en sí en tanto que éste se refleja en quienes lo recorren."
Gilles Deleuze, "Lo que dicen los niños", en Crítica y clínica
La ciudad, como eminente espacio del trayecto, es al tiempo el escenario en el que el gesto puede ser leído, en el que el hombre deviene signo para el hombre. Leer rostros, leer formas de andar, de estar a la espera, leer la atención de unos ojos puesta en… Cualquier estudio cualitativo del hombre de la ciudad debe incidir en este aspecto central. Cualquier aproximación a la verdad de lo que hemos llegado a ser debe contar con ello. Mucho antes de que una sociología cualitativa de lo urbano, una antropología del espacio o una filosofía crítica se hubiese formado, el reto que tal actualidad planteaba fue asumido por la literatura. Toda la gran literatura desde el siglo XIX es, en buena parte, literatura para la gran pregunta que supone el despliegue gestual del hombre de la ciudad. Por su alcance seminal, proponemos El hombre de la multitud como enseña de este trabajo.
"Los raros aspectos de la luz me encadenaban a examinar los rostros de los individuos, y aunque la rapidez con que pasaban ante el ventanal me impidiera echar más de una ojeada sobre cada rostro, me parecía que, dado mi peculiar estado mental, podía leer con frecuencia, en el breve intervalo de una mirada, la historia de largos años."
E. A. Poe, El hombre de la multitud
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