
La salida de este atolladero la ejecuta David Hume a partir de dos símiles, cada cual de mayor calibre plástico. Según el primero, todo hombre es un haz de percepciones:
"Dejando a un lado algunos metafísicos [...], me atrevo a afirmar del resto de los hombres que no son más que un enlace o colección de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con una rapidez inconcebible y que se hallan en un flujo y movimiento perpetuo."
David Hume, Tratado de la naturaleza humana
El segundo funciona como una cierta continuación de la imagen del "foro interno" y como inversión de la figura del "teatro del mundo", porque ahora son las percepciones las que se contorsionan en las tablas del Yo:
"El espíritu es una especie de teatro donde varias percepciones aparecen sucesivamente, pasan, vuelven a pasar, se deslizan y se mezclan en una infinita variedad de posturas y situaciones. Propiamente hablando, no existe simplicidad en ellas en un momento ni identidad en diferentes, aunque podamos sentir la tendencia natural a imaginarnos esta simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe engañarnos. Sólo las percepciones sucesivas constituyen el espíritu y no poseemos la noción más remota del lugar donde estas escenas se representan o de los materiales de que están compuestas."
Todo sugiere, además, que cuando termina la actuación no sólo desaparecen los actores, la escenografía, las luces, sino con ellos también el teatro mismo.
"El espíritu es una especie de teatro donde varias percepciones aparecen sucesivamente, pasan, vuelven a pasar, se deslizan y se mezclan en una infinita variedad de posturas y situaciones. Propiamente hablando, no existe simplicidad en ellas en un momento ni identidad en diferentes, aunque podamos sentir la tendencia natural a imaginarnos esta simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe engañarnos. Sólo las percepciones sucesivas constituyen el espíritu y no poseemos la noción más remota del lugar donde estas escenas se representan o de los materiales de que están compuestas."
David Hume, Ibíd.
Todo sugiere, además, que cuando termina la actuación no sólo desaparecen los actores, la escenografía, las luces, sino con ellos también el teatro mismo.
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