viernes, 3 de abril de 2009

Malas caras,

"Lo que hace a los primeros fotógrafos tan incomparables es quizá esto:
que muestran la primera imagen del encuentro entre la máquina y el hombre."

Walter Benjamin, Libro de los Pasajes


Aún no tenían ojos y ya se habían llevado lo suyo. Neddy Ludd y sus muchachos se habían encarnizado en una orgía de hierros torcidos y lubricante derramado, de tornillos forzados y fuego, y mucho fuego. Pero tuvieron ojos. Tuvieron ojos y no pudieron más que abrirlos para ver señoras de salón en su fofa aristocracia, emperadores trasnochados y miradas rotas, frágiles, opacas, miradas harapientas y descalzas. No quedaba ya ni el más mínimo vestigio de las palancas de los chicos de Ned Ludd y en adelante no habría ya el miedo. Mucho antes de abrir la carne con ráfagas de acero habían conseguido algo mucho más comprometedor: habían obtenido de nosotros el arrepentimiento y la vergüenza. Mostración de la dentadura, animosidad en los ojos, cuidado del mejor perfil. Debió ser conmovedor observar cómo, con la única ayuda del fuego del magnesio, a las primeras malas caras, al rostro hierático, le sucedía toda la serie de torsiones que lograron el ridículo y la mueca. Conmovedor.


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