"En pocas palabras, se había salvado sólo la mitad, la derecha,
que por otra parte estaba perfectamente conservada, sin ningún rasguño,
exceptuando aquel enorme desgarrón que lo había separado
de la parte izquierda saltada en pedazos.
(...) Ahora estaba vivo y demediado."
Italo Calvino, El Vizconde Demediado
Pocos conocen hoy el nombre de Anton Räderscheidt: algunos historiadores del arte, algún especialista en oftalmología o neurología, tal vez algún estudioso de la obra de
August Sander. A los habituales de este sitio tal vez les suene, aunque sólo sea de vista, porque Anton Räderscheidt es el mismo caballero tocado con bombín que acompaña y custodia en pie el título del blog. Una biografía adecuada al perfil del hombre –y esta nota, aviso, no va a serlo–, debería mencionar su participación en los movimientos culturales de la Alemania de entreguerras, en las tendencias constructivistas, en la cofundación del grupo
Stupid, y su lugar en la
Neue Sachlichkeit, en las listas del nacionalsocialista arte degenerado o en la formación del
Magischer Realismus. Seguiría sus pasos desde Colonia hasta Roma, Nápoles, París y hasta el instante en que finalmente esquiva la deportación a los campos. Esta nota no se extenderá en todo eso porque, en cambio, se centrará en un momento último, en una última prueba.
A consecuencia de un derrame cerebral sufrido en 1967, Anton Räderscheidt padecerá graves trastornos de la percepción visual: problemas de orientación espacial y una severa prosopagnosia o incapacidad en el reconocimiento de rostros, incluso de los más familiares, incluso del rostro propio. En los tres años que separan este accidente de su defunción, Räderscheidt se embarca en una titánica lucha de recuperación de su identidad lesionada. Del periodo comprendido entre 1967 y 1970 se conservan más de sesenta
autorretratos en los que se consigue primero la mitad derecha del rostro y sólo atisbos crecientemente definidos de la mitad izquierda. En una nota de su diario se puede leer:
"Utilizando toda mi fuerza de voluntad, pretendo forzar a mis ojos para ver bien de nuevo. (...) Un ataque me ha sacado de la escena de la vida; entre bastidores la obra continúa conmigo. Ya no soy el director de la obra. Tengo que llevar cuidado, no perder mi entrada en escena. Mis requisitos obedecen solamente a esta jugada."
Como si
este hombre no pudiese llegar a la tumba resignándose mansamente a su condición demediada, como si el rostro propio debiese correr una suerte distinta a la de ese rostro perdido de lo humano. Algo en esta historia me recuerda a la apertura de
El ocaso del pensamiento, de Émil Cioran: "Uno puede decir con toda tranquilidad que el universo no tiene ningún sentido. Nadie se enfadará. Pero si se afirma lo mismo de un sujeto cualquiera, éste protestará e incluso hará todo lo posible para que quien hizo esa afirmación no quede impune". Puedo discrepar respecto a la suposición de que esto sea algo que afecte a "un sujeto cualquiera", para muchos la cuestión del sentido no llega a plantearse y he ahí también un indicio de su colapso, pero asumo que hay algunos, hay algunos Anton Räderscheidt, para los que la situación de encontrarse fuera de escena supone una ocasión para incrementar la lucha y afirmar ciertos requisitos como afirma un animal sus dientes, hasta que la última hora se los lleve por delante –con el rostro íntegro, con el rostro partido.