viernes, 23 de noviembre de 2007

La voz,


La noción benjaminiana de experiencia está intrínsecamente vinculada a la narración. Más allá de la imagen empirista del foro interno y más allá de la reconstrucción trascendental, la experiencia en la obra de Walter Benjamin retoma una senda que, tal vez, podría rastrearse también en la modernidad de un Montaigne, y que necesariamente debe contar con la voz. Experiencia es aquello susceptible de ser contado por un narrador que elabora el material que la vida presta. Esta elaboración tiene, además, un enlace generacional: como contenido elaborado desde la vida se transmite de generación en generación y supone un patrimonio legado al futuro. Como herencia de las voces de los otros, la experiencia adolece en nuestros días de una fragilidad como no la hubo nunca.
El patrimonio oral y su reelaboración para una futura recepción se incardina ya desde la primera modernidad en una sociedad primero del libro, más tarde de los mass media. La modulación del mundo de lo vivido acometida por estos generadores de formas discursivas es tal que hace al narrador potencial ajeno al material disponible en lo actual para la formación de la experiencia. El espectacular incremento de la recepción de una actualidad de la que la vida del receptor está excluida, junto con la invitación a una participación dirigida y encauzada únicamente a lo local y lo transitorio, conduce a la experiencia a un estado de ruina, a una elaboración llena de precariedad cuando no a un abandono completo de cualquier género de intervención. No es vacua la conocida expresión que advierte que la memoria de nuestra generación será una memoria fotográfica.


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