
El patrimonio oral y su reelaboración para una futura recepción se incardina ya desde la primera modernidad en una sociedad primero del libro, más tarde de los mass media. La modulación del mundo de lo vivido acometida por estos generadores de formas discursivas es tal que hace al narrador potencial ajeno al material disponible en lo actual para la formación de la experiencia. El espectacular incremento de la recepción de una actualidad de la que la vida del receptor está excluida, junto con la invitación a una participación dirigida y encauzada únicamente a lo local y lo transitorio, conduce a la experiencia a un estado de ruina, a una elaboración llena de precariedad cuando no a un abandono completo de cualquier género de intervención. No es vacua la conocida expresión que advierte que la memoria de nuestra generación será una memoria fotográfica.
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