·

No sabía que ya la mataba, que la miraba entre viajes y cocinas, vestidos y visitas y ya iba matándola, que mi mirada terrosa en aquellas tardes abochornadas parecía muerta, pero que era de su muerte de lo que se hartaba. La maté para no tener que mirar así de nuevo. No, eso fue después, mucho más tarde, al final, después. La maté porque matarla estaba desde el principio allí, viviendo con nosotros. La maté contando con saber después por qué matarla e ignorando que su muerte era la razón para toda aquella farsa.
1 comentario:
Magnífico
Publicar un comentario