Mal-decir, y hacerlo a propósito, como para salir del orden de las gramáticas. Mal decir para maldecir las palabras correctas, las que propician una inteligencia reconocida. También mal decir para no haber dicho, para que no encuentren el rastro sino sólo los fragmentos, sin ningún fin conciso. Hablar como con el orificio incorrecto, flatulentamente. Y gruñir, mugir, berrear, errear y esear, arrr, rrrr rr rrRr Tgr frs ls sS rrsd.
Mal hablar para no encontrar un corrector aceptable y poder cagar con palabras mal hechas sobre la más limpia de las sagradas pátinas de este inmundo. Y después no hablar.
“Mientras las palabras salgan nada cambiará, ahí están las viejas palabras sueltas aún. Hablar, no hay más, hablar, vaciarse, aquí como siempre, no hay más. Pero las palabras se agotan, es verdad, esto cambia todo, salen mal, malo, malo. O es el temor de llegar a las últimas palabras, de saldar las cuentas, antes del fin, no, porque ése sería el fin, a fin de cuentas, no es seguro.”
Samuel Beckett, Textos para nada
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