lunes, 17 de diciembre de 2007

Un taller sin ventanas,

La visibilidad es un atributo esencial de la época del trabajo manual. En el contexto de la ciudad medieval el trabajo del artesano se da en continuidad con la calle, de tal modo que el viandante se encuetra con él y tiene acceso a la gestualidad que le es propia. Tan sólo el oficio de la escritura se substrae a esta regla. Tras los muros de los monasterios el monje raspa las pieles, prepara las tintas y ejecuta la copia manuscrita de textos que, o bien se dan para el enriquecimiento de las bibliotecas internas, o bien aparecen como producto manufacturado en el escaso mercado medieval del libro. Con el tiempo la invisibilidad se generaliza. La aparición del taller y, más tarde, del orden de producción fabril va acompañado de una redistribución del espacio urbano -que localiza el trabajo en zonas periféricas-, y de un encierro que rodea al mundo del trabajo de densas paredes.
Si bien el destino del impresor no será diferente al del resto de trabajadores, vemos que el escritor, en buena medida tan invisible como lo fue su antepasado el amanuense, inicia en este nuevo tiempo la conquista de la publicidad. La imprenta no sólo produce un creciente número de publicaciones, produce también una creciente mostración del trabajo del escritor como parte temática de su propio trabajo. El escritor no sólo escribe. Además, reflexiona y tematiza su trabajo como material sobre el que escribir. Enfrentarse a la escritura como profesión supondrá entonces, desde este momento, asumir que hay ya siempre una dualidad: por un lado lo que efectivamente constituye el trabajo del escritor, por otro, lo que el escritor quiere mostrar como propio de su actividad a partir de sus textos. En cualquier estudio sobre el trabajo del escritor debe tomarse en consideración que, ya antes de dar el primer paso, hay que habérselas con todo un entramado de opiniones avanzadas por los profesionales sobre qué supone lo propio de su labor. Tales opiniones contribuyen esencialmente a lo que podría caracterizarse como valoración social del trabajo del escritor y forman una precomprensión del mismo. No hay otra profesión que en este aspecto pueda equipararse a la del hombre de letras.


No hay comentarios: