jueves, 15 de mayo de 2008

Estirpes,

Nada o muy poco sé de mis mayores
portugueses, los Borges: vaga gente
que prosigue en mi carne, oscuramente,
sus hábitos, rigores y temores.

Jorge Luis Borges, Los Borges, en El hacedor

También a mí, como a Borges, me sucede aquello de no saber nada o casi nada de mi ascendencia. Con grandes esfuerzos conseguiría remontarme tres o cuatro generaciones en el pasado. No son estos ya tiempos de estirpes, y sólo en casos muy raros hay todavía quien pueda decir que es de los tal de no-sé-dónde. El resto tenemos el apellido sin más, huella vaga de vidas que se asoman tal vez en el puente de una nariz, tal vez en una forma de andar, y eso si acaso. Pero incluso para aquellos que intentaron aferrarse a una genealogía como forma de dignificar su linaje hay una circunstancia que acecha: finalmente la procedencia es fruto de una decisión. Cada cual elige su parentesco y en la elección juegan siempre criterios que nada tienen que ver con la heráldica.
Esta cuestión cualitativa tiene una prueba de tipo cuantitativo que encontré ya hace algunos años en un libro de Carl Sagan titulado Miles de millones -Billions and billions-, y que comenzaría con el hecho de que los humanos generalmente tiene dos progenitores, que a su vez tuvieron dos progenitores, y así sucesivamente. La sucesión de la ascendencia crece exponencialmente -2 progenitores, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16...-, es decir, crece realmente rápido. En diez generaciones nos encontramos teniendo 1024 parientes directos, y en 40 generaciones llegamos al billón y pico. Lo de las cuarenta generaciones no está elegido al azar. El número es bonito y simbólico, bíblico como la pasión por las estirpes. Pero si además contamos con que una generación pasa a la siguiente cada 25 años aproximadamente, nos encontramos con que en el año 1008 cada uno de nosotros tenía un billón y pico de parientes directos. Evidentemente en el año 1008 no había tanta población en el planeta. ¿Todos los señores y las señoras del año 1008 son entonces parientes nuestros? En algún sentido el cálculo es tramposo, y supone que cada antepasado juega un único rol en nuestra ascendencia, lo cual es demasiado suponer. Pero si algo acierta a señalar tanto número es que en cierta medida en la elección del linaje de cada cual uno puede optar entre numerosas ramas, sorteando lo que no prefiere, encaminándose por la línea de parentesco de lo que se observa como más dignificante.
En definitiva, cualquiera de nosotros puede ser descendiente tanto de un patricio del Lacio como de un plebeyo de la Galia, tanto de un judío sefardí como de un cristiano viejo, de un persa y de un pirata berberisco, de un corsario inglés y también de un francés de las tropas napoleónicas. Que cada cual elija, la gama que facilita la historia es francamente extensa.


1 comentario:

Nobel prize blogger dijo...

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