·
Hasta hace algunos años la situación se planteaba del siguiente modo: frente a un espacio habilitado para el tráfico rodado -la célebre calzada-, existía otro exclusivo para el desplazamiento a pie -la no menos conocida acera. Era un tiempo de conceptos estrictos, esto es esto y aquello es aquello, y no hay más que hablar. Ciertamente, existía la posibilidad de una invasión tolerada y en algún momento de la historia se consideró la opción de que un sujeto andante necesitase cruzar la calzada en sentido transversal, para lo cual se acondicionaron zonas determinadas del pavimento convenientemente señalizadas con franjas, puntos o cualquier otro signo visible -he aquí los pasos de peatones. Ni que decir tiene que el ser humano urbanita, siempre deseoso de nuevas cotas de libertad, continuó haciendo uso de espacios no señalizados para cruzar las calles, pero siempre bajo su cuenta y riesgo -vid. La carrera.
Un buen día ocurre que también esta situación cambia y así como los humanos pedestres invadieron las calzadas, los vehículos se disponen también a conquistar las aceras. Dejando de lado las irregularidades en el estacionamiento, la invasión se ha completado de forma sigilosa en los aparcamientos subterráneos. Cada día, en cada ciudad del mundo, se repite la misma escena: un peatón que camina apaciblemente se ve súbitamente crispado por el grito de guerra de un motor que aumenta sus revoluciones para lanzarse a la carga. Paralizado, el peatón -un animal de costumbres- trata de advertir la situación de peligro en la dirección de la calzada. No, el rugido no procede de allí. Acto seguido dirige su mirada en el sentido contrario y, ¿qué encuentra? Encuentra las puertas de un infierno mecánico en disposición de vomitar al mundo a su criatura. El peatón, en ese momento trágico, advierte la fatalidad de hallarse en la trayectoria del peligro y se ve forzado a reaccionar.
REACCIÓN A: El temor: La reacción habitual consiste en apretar el paso y abandonar cuanto antes la trayectoria de la máquina. La máquina vence. La máquina consuma su invasión.
REACCIÓN B: La resistencia: El peatón aprieta los puños y los dientes, contrae algún esfínter y, parado, se prepara a plantar cara a la máquina. La máquina se detiene y entonces el peatón sigue andando tranquilo. La máquina vence, pero sabe que su invasión cuenta con algunos opositores.
REACCIÓN C: La lucha: El peatón agraviado se interna en el parking y se lanza contra la máquina. Conocedor de su inferioridad en cuanto a fuerza es consciente, no obstante, de la dignidad de su gesto. El peatón heroico muere atropellado. La máquina vence, pero sabe que sus días están llegando a su fin.
Un buen día ocurre que también esta situación cambia y así como los humanos pedestres invadieron las calzadas, los vehículos se disponen también a conquistar las aceras. Dejando de lado las irregularidades en el estacionamiento, la invasión se ha completado de forma sigilosa en los aparcamientos subterráneos. Cada día, en cada ciudad del mundo, se repite la misma escena: un peatón que camina apaciblemente se ve súbitamente crispado por el grito de guerra de un motor que aumenta sus revoluciones para lanzarse a la carga. Paralizado, el peatón -un animal de costumbres- trata de advertir la situación de peligro en la dirección de la calzada. No, el rugido no procede de allí. Acto seguido dirige su mirada en el sentido contrario y, ¿qué encuentra? Encuentra las puertas de un infierno mecánico en disposición de vomitar al mundo a su criatura. El peatón, en ese momento trágico, advierte la fatalidad de hallarse en la trayectoria del peligro y se ve forzado a reaccionar.
REACCIÓN A: El temor: La reacción habitual consiste en apretar el paso y abandonar cuanto antes la trayectoria de la máquina. La máquina vence. La máquina consuma su invasión.
REACCIÓN B: La resistencia: El peatón aprieta los puños y los dientes, contrae algún esfínter y, parado, se prepara a plantar cara a la máquina. La máquina se detiene y entonces el peatón sigue andando tranquilo. La máquina vence, pero sabe que su invasión cuenta con algunos opositores.
REACCIÓN C: La lucha: El peatón agraviado se interna en el parking y se lanza contra la máquina. Conocedor de su inferioridad en cuanto a fuerza es consciente, no obstante, de la dignidad de su gesto. El peatón heroico muere atropellado. La máquina vence, pero sabe que sus días están llegando a su fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario