martes, 2 de junio de 2009

Lo que leen los niños,


Todo dispuesto y preparado para matarlos de hambre. Dejarlos morir por la acción coordinada de maestros y pedagogos y centros escolares y con el beneplácito de padres y madres. Con el beneplácito de sus propios padres y sus propias madres que, en su papel de cuidadores, en su creencia de que proteger es todo cuanto cabe esperar de su obligación de cuidar, están dispuestos a dar de comer a sus criaturas lecturas salvajemente diezmadas y aderezadas, lecturas adaptadas, lecturas de hambre.
Adaptadores: adultos probablemente ejercitados en una dieta cada vez más pobre y que, por ello, son incapaces de representarse siquiera la posibilidad de que un niño pueda apreciar, degustar y saciarse en los alimentos más suculentos y en las cantidades más copiosas que pueda suministrar la cultura: Homero, Shakespeare, Swift, Melville... adaptados, como otro de los modos de esquivar esta cultura temerosa la necesidad de medirse consigo misma, de deglutirse y digerirse y prestarse fuerza a sí misma.
Proteger a un niño de Homero tanto como se le protege de los hombres que miran desde la valla del patio, ¿por temor a qué?, ¿por la previsión de qué posible daño, de qué posible exceso: exceso de apetito, exceso de fuerza? Toda educación incurre tarde o temprano en alguna de las formas del crimen. Afortunadamente, el día que estos espíritus lesionados vayan a ponerse en pie no tendrán apenas noticia de lo que se les adeuda y todo volverá a estar preparado y dispuesto para una nueva partida de hambre, para otra remesa de adaptaciones aún más adaptadas.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero qué razón tienes! Imagínate que en esa fotografía, el adulto dispusiera delante del paisaje urbano una plantilla como adaptación para que el chiquillo lo entendiera mejor, no es necesario, así pues, porque lo hacen en literatura?

Jan Kowalski dijo...

¿Pero no es, cualquier explicación, me refiero a la explicación que claramente está dando el adulto de qué son aquellos silos (¿qué es un silo?), una chimenea (¿qué es entonces lo que hay en el salón de casa?), por qué están allá lejos, y nosotros en un mirador (¿qué es un mirador?), una plantilla? La voz del anonimato dice: no hay obstáculos entre esos ojos y esa urbanidad. Yo pregunto: ¿Que nos hace pensar que no se ha de llegar de un modo de obstaculizar la vista (leer) a otro (mirar)?

Saludos,

Antonio dijo...

Pero no te preocupes, jamás habrán leído a Homero, ni a Unamuno, no sabrán quién es Stephen Dedalus ni Leopold Bloom (sí Orlando Bloom, por supuesto); tampoco jamás sabrán por qué la diagonal de un cuadrado es inconmensurable con sus lados, ni que de premisas verdaderas se deducen necesariamente conclusiones verdaderas, ni tantas otras cosas. Si sabrán, en cambio, qué llave inglesa se usa para apretar tal o cual tuerca y bailar "Batuka".

Eso de momento, claro, porque en el futuro pasará lo que dices: sabrán apretar una adaptación de la tuerca con una llave inglesa adaptada y baliar una adaptación de la "Batuka".

B.J. Turner dijo...

"Hijo mío, algún día todo esto será tuyo pero, créeme, primero te vamos a podar a base de bien."

De esa poda, una poda en el leer, debe resultar cierta forma del apetito en el heredar un esquema de urbanidad -una poda en el mirar, en el enjuiciar, si se quiere. Y, finalmente, lo dramático es la perpetuación, la herencia de esta forma de heredar (si todo va bien, habrá una transferencia de roles entre los personajes de la foto). Y es dramático a la luz de aquella idea según la cual cada niño es una oportunidad de lo otro -de lo inadaptado-, y lo es precisamente por ser también y en primer término una oportunidad de lo mismo.