domingo, 13 de septiembre de 2009

Muerte rutinaria,

·
De todo lo que ella no podía esperar yo fui lo peor.Eso no se sabría hasta el final. Mientras, debía transcurrir todo un año de buenas noches cariño al filo de la media noche, de erecciones traídas a duras penas en días señalados, de calor de hogar hecho de las mismas frases de todas las casas, y siempre la mirada puesta a varias décadas de distancia: viajes, cocinas nuevas, un vestido bonito para el santo y visitas a la familia por la Pascua.
No sabía que ya la mataba, que la miraba entre viajes y cocinas, vestidos y visitas y ya iba matándola, que mi mirada terrosa en aquellas tardes abochornadas parecía muerta, pero que era de su muerte de lo que se hartaba. La maté para no tener que mirar así de nuevo. No, eso fue después, mucho más tarde, al final, después. La maté porque matarla estaba desde el principio allí, viviendo con nosotros. La maté contando con saber después por qué matarla e ignorando que su muerte era la razón para toda aquella farsa.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Magnífico