miércoles, 30 de septiembre de 2009

La lucha,


He sentido crujir las costillas, pero continúo. Hace rato que noto el sabor metálico que producen los golpes en la cara, pero todavía no he visto sangre. Por ahora me centro, encajo los golpes, e intento encontrar un hueco. Acepto el dolor. Paladeo el dolor. Lo disfruto como una lengua áspera que me lame el cuerpo. El sufrimiento no enseña nada; sufrir es siempre innecesario. El dolor, sin embargo, es un gran maestro que sólo es radical y docente cuando se lo acepta. Cuando uno lo niega y rechaza, comienza el sufrimiento. Otro golpe. Esta vez sí, noto una gota derramarse hasta mi boca. El simple notar del corrillo de la sangre, no los golpes, me hace derrumbarme. Justo entonces, el combate se acaba.


domingo, 27 de septiembre de 2009

Canción en cuatro muertes,


Andrei comió vidrio machacado en una sopa tibia bien condimentada. Siempre fue un bastardo: patadas para el perro, patadas para los niños, puntapiés también para la esposa y los vecinos. Ella le quiso justo hasta el final, después hizo lo que todos ya habían pensado.

Phil cosechó más allá de su propiedad durante toda una jornada. No llegó a prender el candil sobre la mesa: un atizador le surcó la cara. Había pasado media vida trampeando. Ni los más cercanos discutieron que había sido tal y como se esperaba.

Bernard encontró una nueva amante. Su esposa, en cambio, seguía siendo la de siempre. Si la primera era conocida por sus cálidos muslos, la segunda lo era por su mano en la matanza. Acabó en un barreño despiezado. Una canción lo recuerda todo: Pig Bernard and wife. En su pueblo aún la cantan.

Jacob siguió recto por la última curva del camino. Su cráneo terminó en el asiento de atrás. Hasta mucho después nadie lo echó en falta. El depósito del líquido de freno apareció perforado. Finalmente se convino en que tanto daba.


lunes, 14 de septiembre de 2009

Los estranguladores,


Una presión constante y bien localizada es suficiente para terminar con la vida de un tipo. Ningún crío en el barrio vive con ello en mente pero una leve iniciación en el camino de los estranguladores se lo pone en claro. A los trece o los catorce cualquiera de entre ellos tiene la fuerza necesaria para utilizar un cable de freno y a los dieciocho ya hay quien opta por hacer uso de sus propios pulgares, otros tal vez más tarde y por vencer el tedio de la técnica.
En el negocio hoy se cotiza el plomo, sin discusión. Fuego bajo los neones, fuego entre más fuego. En cambio nosotros, los del oficio, seguimos manufacturando, haciendo lazos, arreglando nudos y respetando el silencio de los muertos que se nos encomiendan. No hay otra forma: acompañamos a lo agónico hasta sus últimos trazos. Acompañamos, acompañamos de cerca y dejamos el resto acostado en el asfalto y sólo entonces ponemos calles de por medio.


domingo, 13 de septiembre de 2009

Muerte rutinaria,

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De todo lo que ella no podía esperar yo fui lo peor.Eso no se sabría hasta el final. Mientras, debía transcurrir todo un año de buenas noches cariño al filo de la media noche, de erecciones traídas a duras penas en días señalados, de calor de hogar hecho de las mismas frases de todas las casas, y siempre la mirada puesta a varias décadas de distancia: viajes, cocinas nuevas, un vestido bonito para el santo y visitas a la familia por la Pascua.
No sabía que ya la mataba, que la miraba entre viajes y cocinas, vestidos y visitas y ya iba matándola, que mi mirada terrosa en aquellas tardes abochornadas parecía muerta, pero que era de su muerte de lo que se hartaba. La maté para no tener que mirar así de nuevo. No, eso fue después, mucho más tarde, al final, después. La maté porque matarla estaba desde el principio allí, viviendo con nosotros. La maté contando con saber después por qué matarla e ignorando que su muerte era la razón para toda aquella farsa.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Un trabajo en Little Italy,



La noche era plomiza y salvaje, negra, palpitante, tensa. Un par de cientos por adelantado servían para no pensar. Billy iba al volante. Seguimos al tipo por la calle Hester hacia Chinatown. Cuando llegamos al cruce con Mulberry Billy paró a su lado y yo me deslicé fuera del coche con el revolver nervioso cortando la noche. Antes de que pudiera hablar ya estaba tirado con el pecho lleno de plomo. Matar era fácil en Little Italy. Mientras nos alejábamos pude ver a los rateros y a las fulanas, a los mendigos y los maníacos, a todos aquellos criminales raquíticos saliendo de sus madrigueras para desvalijar al fiambre. Teníamos tiempo para largarnos lejos de allí. Nadie llama a la pasma hasta que el pobre diablo está limpio.


sábado, 5 de septiembre de 2009

Espacios efímeros,


Hace algunos días subía al metro en Colón una mujer portando una paloma acurrucada entre los brazos. El animal tenía un aspecto enfermizo.
Colón no es uno de esos lugares en los que alguien vaya a pararse a recoger a un animal enfermo.
Aquella mujer no parecía el tipo de mujer que se detendría a auxiliar a un bicho de la calle.

La compasión que se revela en este gesto me resulta, o, en concreto aquí me resulta, del todo indiferente. No tanto así, en cambio, el hecho de que el gesto supusiese una breve interrupción de ese continuo fluctuante que es la calle Colón, la parada de metro, el vagón. Interrupción sin estrategia, salto improvisado. Pienso entonces en lo dicho en El tedio en las calles, pienso en la fotografía de William Klein, Robert Frank, Saul Leiter, pienso en aquella expresión de Manuel Delgado, "la ciudad menos su arquitectura, todo lo que en ella no se detiene ni se solidifica", y advierto que nosotros, el espacio que abren nuestros encuentros, bien puede funcionar como el infierno para el plan, fuego corriendo por las calles en direcciones imprevisibles.
No había forma de leer en el plan y, entonces, no había forma de esperar, que aquella paloma enferma sería aquel día parte del pasaje. Ningún ocupante del metro pudo prever que alguien introduciría en su vida semejante distorsión y, de saberlo, probablemente la habría evitado.

En alguna parte Morelli asegura que el otro en la calle se nos da no como una realidad fílmica sino más bien como un hecho fotográfico. A mí me cabe pensar en una percepción del espacio de encuentro cuya sustancia vive encabalgada entre ambas formas, como la posibilidad siempre refundada de que, inopinadamente, una instantánea eche a andar haciendo que lo que funcionaba como el trasfondo de una panorámica urbana termine proporcionando los retazos para una biografía colectiva. Biografía tenue, incompleta, difícil de seguir por la insidiosa tendencia a aparecer sus fragmentos cuando uno menos los espera, por su habilidad de diluirse un momento después. Algunas fotografías de Klein —las mejores, creo—, parecen detenerse en ese instante en que una estatua de sal, exorcizada por la cámara, va a lanzarse a la arena como agente de lo efímero.

"La ciudad menos su arquitectura", decía Manuel Delgado, ese espacio urbano real, sin hipóstasis. "Ahí no hay más remedio que aceptar someterse a las miradas y a las iniciativas de los otros. Ahí se mantiene una interacción siempre superficial, pero que en cualquier momento puede conocer desarrollos inéditos". Si alguna necesidad le cabe al tedio en la vida urbana es la necesidad que sigue al olvido de ese ahí innombrable y, me temo, nuestras aptitudes para el olvido prácticamente no conocen límite. Un olvido que engendra gestos apropiados en lugares apropiados, lógica retorcida que hace de las calles precisamente lo que no nos es propio y que borra cualquier tentativa de apropiación para devolver el conjunto íntegramente al plan.

Hace algunos días subía al metro en Colón una mujer portando una paloma enferma acurrucada entre los brazos, pero, ay, una paloma enferma se deja conducir demasiado fácilmente al olvido. Mañana alguien bajará al metro con un caimán perfectamente sano como un gesto que recoge la invitación de otro gesto, desarrollo inédito, paso a lo inesperado. Sobresalto, piernas mordidas y gritos en un cielo subterráneo. Aún así, sin duda habrá quien teniendo la escena ante las narices vuelva a su casa como cada día, muerto de tedio, muerto.