jueves, 1 de noviembre de 2007

Personas vivientes,

El Cuarteto de Alejandría Justine, Balthazar, Mountolive y Clea– es una fábula perspectivista. El personaje del narrador convierte, en el primer volumen, sus vivencias de Alejandría y de sus habitantes en un constructo novelado que, desde el segundo volumen, es conocido por los protagonistas de la obra. Balthazar es el resultado de los matices introducidos por Balthazar como notas al margen en el manuscrito de Justine. El narrador de Justine se ve increpado por el personaje, que se torna primero en lector y más tarde en narrador, como otro modo de negarse a ser personaje:

“Habla usted de plausibilidad de nuestras acciones, y eso es injusto con nosotros, pues somos personas vivientes y como tales tenemos derecho, si no lo tiene el lector, de refugiarnos en el juicio de Dios que ha quedado en suspenso.”

Lawrence Durrell, Balthazar

Un personaje que exige su condición de “persona viviente” no es, a estas alturas, una flagrante novedad y, sin embargo, continua siendo uno de los más jugosos lugares de la geografía literaria reciente. En definitiva, pone en jaque al criterio de plausibilidad como criterio válido para la descripción de acciones de otros, de tal manera que lo que parece válido para el personaje –la descripción de sus acciones y sus móviles en el amplio margen que ofrece la plausibilidad– no lo es para la persona, y en adelante tampoco para el personaje vuelto persona. Para que una reclamación de este calibre sea efectiva es necesario un salto de nivel. Se precisa una cierta autoridad, en particular la que deviene del hecho de tomar la palabra. El personaje común se resigna a ser narrado, el personaje que exige su condición de “persona viviente” toma la palabra para imposibilitar la palabra de otros. El refugio en el juicio de Dios es una apelación a la suspensión del juicio y no ya un regreso a la omnisciencia del narrador absoluto.


La fábula perspectivista, en la que personaje y narrador invierten sus roles, se abre paso a través de la brecha generada por este salto de nivel –personaje-persona viviente– en la dirección de toda una serie de consecuencias de orden emancipador –¿hablar o ser hablado?


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