jueves, 31 de enero de 2008

El Gigante,

A Alberto Cano, el gigante

Diferentes culturas a lo largo del tiempo han proyectado en la figura del gigante las imágenes, los miedos, los odios y las alabanzas de las fuerzas que un cuerpo puede desarrollar. La tradición oral ha generado un gran número de relatos en los que el cuerpo sobredimensionado manifiesta su vecindad con lo monstruoso o lo divino. Aunque no deben confundirse sus linajes con el del gigante, los colosos, titanes, ogros o lestrigones tienen en común su desmedido tamaño y su increíble fuerza. Pero el hombre agigantado tiene la peculiaridad de llevar las facultades humanas a su extremo, como puede verse en la fuerza y el gran sentido común de un Ayax o en la increible capacidad para el goce de un Gargantua o un Pantagruel.
Rabelais multiplica las dimensiones y las fuerzas del cuerpo de tal modo que el humanismo antropocentrista que le es contemporáneo queda rebasado en casi todas sus vertientes, especialmente al introducir la imagen de un cuerpo que es capaz de un deseo y un placer desmedidos, de una capacidad escatológica desenfrenada y al sugerir la figura de un cuerpo lleno de otros muchos cuerpos, como civilizaciones internas.
Aunque, en propiedad, Gulliver no es un gigante de nacimiento como los anteriores, su estancia en Liliput lo convierte en el cuerpo agigantado más recordado de la literatura moderna. No es extraño que su comportamiento en la isla tenga un parentesco casi explícito con sus casi-congéneres de otros tiempos. En particular, durante el episodio de la quema del palacio real hallamos una referencia escatológica a la gran enciclopedia de lo escatológico que constituye el Gargantua y el Pantagruel.

Dejo aquí estos dos episodios de micción, tal vez las meadas más cómicas que he leído nunca.



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