-¿Dónde está el sacacorchos?
-El sacacorchos, sí, está... en fin, ya sabes... todas las casas son más o menos iguales.
-El sacacorchos, sí, está... en fin, ya sabes... todas las casas son más o menos iguales.
Georges Perec concluye el prólogo de Especies de espacios con una frase que viene muy al caso. Dice: "Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse". Y, aunque el problema del sacacorchos sea trivial, parece que de algún modo nos recuerda que todo está dispuesto ya para que el tránsito entre los espacios sea de tal modo que uno no se vaya a llevar la sorpresa de un chichón: todas las casas son la misma casa, todos los sacacorchos el mismo sacacorchos, situado en un espacio funcional ordenado para que la vida no nos parta la cabeza.
Es difícil obviar el hecho de que la frase de Perec toma la perspectiva del niño. Son ellos quienes se hallan inminentemente expuestos al chichón precisamente porque no esperan habitar un espacio funcional ordenado, precisamente porque cada elemento está pendiente de adquirir un valor y en la voloración no computa en primer lugar el riesgo. El niño no anda buscando el sacacorchos sino lo que pueda haber en el cajón de arriba, que pasa por ser, además, el cajón de más difícil acceso. Desde nuestra perspectiva parece que lo que anda buscando es precisamente el golpe.
Nosotros, los temerosos, vamos "haciendo lo posible" para no golpearnos, aunque esto signifique vivir en un nicho. Limitamos el movimiento al mínimo necesario, al mínimo exigido por las cualidades predefinidas de un espacio calcificado y, a cambio, obtenemos rápidamente la recompensa: ¿el sacacorchos?, claro, está donde siempre, todas las casas son, en definitiva, más o menos la misma casa.
Es difícil obviar el hecho de que la frase de Perec toma la perspectiva del niño. Son ellos quienes se hallan inminentemente expuestos al chichón precisamente porque no esperan habitar un espacio funcional ordenado, precisamente porque cada elemento está pendiente de adquirir un valor y en la voloración no computa en primer lugar el riesgo. El niño no anda buscando el sacacorchos sino lo que pueda haber en el cajón de arriba, que pasa por ser, además, el cajón de más difícil acceso. Desde nuestra perspectiva parece que lo que anda buscando es precisamente el golpe.
Nosotros, los temerosos, vamos "haciendo lo posible" para no golpearnos, aunque esto signifique vivir en un nicho. Limitamos el movimiento al mínimo necesario, al mínimo exigido por las cualidades predefinidas de un espacio calcificado y, a cambio, obtenemos rápidamente la recompensa: ¿el sacacorchos?, claro, está donde siempre, todas las casas son, en definitiva, más o menos la misma casa.
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