En El día que hablamos de James Thurber cuenta Bukowski que durante un tiempo se alojó en la morada de un gran poeta francés, del inmortal poeta francés con sus 25 centímetros de grandeza flácida, pero dispuesta, entre las piernas... Por aquel entonces su talento se atascaba en sus formas de verse arruinado ante el papel en blanco y en sus forzados paseos por Venice beach, forma eufemística de largarse del apartamento sin poder contemplar cómo el poeta ponía a trabajar aquel chisme monstruoso, en orgías silenciosas y discretas, con los chicos y chicas que venían -sobre todo chicos- a su pulcro hogar, atraídos por el descomunal genio del francés y también por sus poemas. Estaba dotado del genio y sabía cómo colocar una palabra tras otra y Bukowski sólo podía esforzarse por no derramar sus vómitos matutinos en el límpido suelo del baño, extensión del límpido suelo de su casa y, tal vez, de su límpida y detestable mente de poeta inmortal. Cuenta, también, que un día, en su ausencia, acudieron dos jóvenes a su puerta y se encontraron con el genio, literario o no (¿cuál era el del poeta?), de Bukowski:
«-¿André?- preguntó la chica
-No. Soy Hank. Charles. Bukowski-¿Bromeas, verdad André?- preguntó la chica
-Sí. Soy una broma- contestéLlovía un poco allí fuera. Ellos seguían bajo la lluvia
-Bueno, en fin, entrad, que llueve.-¡Tú eres André! -dijo la zorra-. Te reconozco, esa cara de anciano...¡como de doscientos años!
-Bueno, bueno -dije-. Adelante. Soy André.»Charles Bukowski. El día que hablamos de James Thurber, en Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones
Podría, como hice en mis primeras lecturas, continuar un poco más y abandonarme a la orgía salvaje e incómoda que sucede al texto. Pero estoy clavado aquí, tal vez por mi disposición a aceptar, sin remordimientos, que la broma de Bukowski se desvanece en la perversión de la chica (que me perdone Hank: la zorra). Porque estoy dispuesto a leer que esa actitud en esas cursivas es su manera de ocultar, tras la veneración literaria, sus ganas de follarse a o ser follada por (que me perdone André: cuidarse de o ser cuidada por) un poeta; acto que se presenta aquí como imagen metafórica de esperar algo a cambio de encumbrar una literatura, como si esperase que su veneración literaria se viera recompensada con aquel talento de 25 centímetros sin erección. Así entiendo ese modo de conocer o leer la literatura en su difracción de reconocer o interpretar a su autor de modo tan fuertemente dislocado y, por tanto, doloroso y, por continuado, obstinado y, por erróneo pero placentero, fundamentalmente perverso. Podría tantear una manera de seguir pero no puedo, ahora. Me quedo, pues, en esas cursivas, a la espera de encontrar mi manera de continuar leyendo. Aún no se lo he dicho a las "feísimas gaviotas"...
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