"¿De qué está privada la vida privada? Simplemente de vida, cruelmente ausente."
Guy Debord, Perspectivas de modificación de la vida cotidiana
Guy Debord, Perspectivas de modificación de la vida cotidiana
Bouquiner. Hay en francés un verbo cuyo uso sirve, también, para designar la acción de salir a leer a los cafés, a los parques, a los bancos de las plazas. El lenguaje tiene preparada esa voz para alojar un cierto deseo de habitar el espacio, un deseo de llevar a lo público la costumbre, generalmente íntima, de la lectura. El deseo de habitar el espacio público como lector me recuerda aquel fragmento del Libro de los pasajes en el que Benjamin hacía aparecer la calle como el hogar de la multitud: los cafés son sus cocinas y sus comedores, los quioscos sus bibliotecas, los bancos sus sofás, sus sillones, sus camas. Lo que para mí se pone en marcha tanto en la imagen de Benjamin como en la sorpresa por la existencia de este verbo es la pregunta por la posibilidad aún de una vida privada no privada. No privada, en concreto, de vida, de vida con los otros.
Al espacio público muerto, marcado por la tendencia del espacio dado al movimiento, se le viene a añadir aquí la resistencia ofrecida por un espacio retomado para el ritual de la lectura, con el trasfondo de estancia que éste supone. Como estrategia de reocupación, la lectura callejera puede ser vista como un primer dispositivo, como una primera tentativa por la cual hacer sucumbir simultáneamente la privación que subyace al imperio de la intimidad y la atrofia del espacio sin cualidades de la ciudad-para-el-tráfico. Dispositivo, por cuanto en la reocupación del espacio público a través del gesto del lector se hace necesario cierto saber de la ciudad, cierta habilidad para encontrar el lugar, pero también cierto tipo de acción que convierta al espacio en el lugar apropiado para acoger la lectura. Primer dispositivo, porque no nos es dado olvidar que la figura del lector sigue perteneciendo preeminentemente a la esfera de la individualidad solitaria. Tal vez -y en este "tal vez" quiero ver la dirección del poner a prueba-, la lectura callejera pueda servir como forma de llamar a las puertas del hogar público. Las historias que sucedan de puertas adentro dependerán de cuántas y cuáles otras interrupciones nos quepa imaginar con los otros, para dejar de sufrir el espacio público como espacio reservado al mero tránsito.
Al espacio público muerto, marcado por la tendencia del espacio dado al movimiento, se le viene a añadir aquí la resistencia ofrecida por un espacio retomado para el ritual de la lectura, con el trasfondo de estancia que éste supone. Como estrategia de reocupación, la lectura callejera puede ser vista como un primer dispositivo, como una primera tentativa por la cual hacer sucumbir simultáneamente la privación que subyace al imperio de la intimidad y la atrofia del espacio sin cualidades de la ciudad-para-el-tráfico. Dispositivo, por cuanto en la reocupación del espacio público a través del gesto del lector se hace necesario cierto saber de la ciudad, cierta habilidad para encontrar el lugar, pero también cierto tipo de acción que convierta al espacio en el lugar apropiado para acoger la lectura. Primer dispositivo, porque no nos es dado olvidar que la figura del lector sigue perteneciendo preeminentemente a la esfera de la individualidad solitaria. Tal vez -y en este "tal vez" quiero ver la dirección del poner a prueba-, la lectura callejera pueda servir como forma de llamar a las puertas del hogar público. Las historias que sucedan de puertas adentro dependerán de cuántas y cuáles otras interrupciones nos quepa imaginar con los otros, para dejar de sufrir el espacio público como espacio reservado al mero tránsito.
2 comentarios:
Un gran trabajo de desdoblamiento señor Turner. Hay, aquí, una tentación casi irremediable a preguntarse ¿en qué quedará convertida la intimidad es este nuevo hogar? Aparece ahora el juego de la transformación de los espacios. La intimidad es ahora un espacio público. Casi no me lo puedo imaginar... ¡un reto!
Gracias,
Hola Víctor,
Supongo que se trata de abrir algunas compuertas: el abandono del espacio público ha supuesto también una atrofia -una hipertrofia, si se quiere- del ámbito privado. Desde luego, no se puede tratar de coger nuestra intimidad en un puñado y dejarla expuesta en medio de la calle, pero al menos pienso que una primera tentativa de reocupación debería partir de aquellos hábitos -de aquellos rituales- por los cuales nuestro espacio privado se encuentra ya en las inmediaciones de lo público: ya hemos leído en los parques, ya hemos amado en los zaguanes, ya hemos pateado piedras en los solares... pero hay que probar otras formas, otras interrupciones de la figura del transeúnte.
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