miércoles, 12 de marzo de 2008

Totus mundus agit histrionem,

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Un cielo crecientemente despoblado de dioses fue, durante un tiempo, una ocasión para la creación de mitologías sustitutorias. Antes de la bancarrota definitiva del ideal, el hombre del XIX aún pudo proporcionarse símbolos de lo sacro independientes de la alienación, despojados de lo humillante o lo servil, símbolos que manifestaban aquella "nostalgia del absoluto" que de forma magistral estudió George Steiner. Determinados tipos humanos son alzados a la categoría heroica: el poeta, el compositor, el pintor, el revolucionario. Pero también los poetas y pintores escogieron a sus tipos heroicos para la reconstrucción de un panteón humano. Una vez conducidos a la experiencia del margen, de la ciudad subterránea, por el utilitarismo industrializador, no es extraño que los hombres de la palabra y del color escogieran a los seres ridículos, deformes, contorsionados o aéreos. Saltimbanquis, trapecistas, payasos y malabaristas pueblan la pintura y la literatura del siglo XIX. El estudio de Jean Starobinski, Retrato del artista como saltimbanqui, muestra cómo las letras y las artes, desde Flaubert o Baudelaire hasta Seurat, Toulousse-Lautrec o Picasso, vieron en el circo el espejo y el arma. Quién sino aquellos hombres y mujeres osaron vivir lo invivible, probaron a hacer de lo deseable lo posible, ganando con ello el cielo y la risa. A ellos, el poeta Rilke les dedicó la quinta de las Elegías de Duino. Con la primera estrofa de ese poema cerramos el homenaje a aquellos seres que hicieron posible un mundo como teatro en el teatro del mundo.

"¿Pero quiénes son ellos, dime, los ambulantes, esos un poco
más fugaces aún que nosotros mismos, a quienes,
[de un modo insistente, desde muy pronto
los retuerce una -por amor
a quién, a quién-
voluntad nunca satisfecha? Sino que ella los retuerce,
los dobla, los entrelaza y los agita de un lado para otro,
los lanza y los vuelve a coger, como de un aire
engrasado, más liso, bajan y se posan
en la alfombra gastada, más delgada
por su eterno brinco, esta alfombra
perdida en el universo.
Extendida como un parche, como si el cielo
de suburbio le hubiera hecho daño allí a la tierra."

Rainer María Rilke, Elegías de Duino, Elegía V


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