Desde que se abrió la lata de gusanos de la asignatura de Educación para la ciudadanía, allá por marzo de 2005, se han sucedido toda una serie de artículos, comentarios, críticas y enmiendas que hoy ya son legión. Vamos allá con el enésimo, por más repugnancia que me genere la banalidad de muchos temas implicados en el problema.
Parece que, atendiendo al clima generado desde el principio, en la propuesta de la mencionada asignatura no se acertó en aquel alabado "justo término medio", y en el debate se situaron aquéllos que entendían la asignatura como exceso y aquéllos que la tachaban por pecar de defecto. O se identificaba un exceso de autoridad por parte del Estado en ámbitos de competencia exclusiva de la familia -como una Antígona raquítica, porque todo esto es muy raquítico-, o se veía que la noción de ciudadanía no agotaba las competencias que en otro tiempo tuvo el currículum de ética o de filosofía, donde se incluía la ciudadanía como otra de las manifestaciones de lo humano aparecidas al hilo de la historia de las sociedades humanas, pero no como el hilo conductor de la asignatura. Insatisfechos unos y belicosamente disgustados los otros, la legislatura fue pasando.
Llegados a este nuevo curso político, casi nadie pone ya en duda que la propuesta del actual gobierno de la Generalitat Valenciana pasa por ser la más majadera sanción jamás vista a un proyecto educativo. Un hipotético alumno cuenta con las siguientes opciones a la hora de cursar -o no cursar- la asignatura en cuestión: (a) cursar el temario íntegro en inglés, (b) elaborar un trabajo por trimestre en dicha lengua con contenidos del temario de la asignatura y sin que ello implique la asistencia a la misma, (c) ni a ni b ni todo lo contrario. Esta opción (c) supone un rechazo a la asignatura como conjunto a partir de un posicionamiento perfectamente democrático conocido comúnmente como objeción de conciencia. Dejando de lado la chaladura del inglés, hoy he caído en la cuenta de que este atrincheramiento en la objeción de conciencia tiene un insoportable tufo a contradicción que, sin duda, no le importará a ninguno de los objetores en cuestión pero, qué duda cabe, seguirá dándome en las narices.
La objeción de conciencia es una forma de desobediencia civil. Se basa en el principio fundamental por el cual todo ciudadano puede anteponer los mandatos de su conciencia al imperio de un ley específica, que entiende como ilegítima, y actuar en consecuencia. En la medida en que se objeta a una ley específica y no a la ley en general, el objetor debe verse en la obligación de aceptar las cargas que se imponen a todo aquel que desobedece la ley. En este caso, los padres de los alumnos que no cursen una asignatura obligatoria, deben saber que sus hijos no obtendrán el título que acredita su formación. Pues bien, este es el tipo de cosas que no aprenderá -al menos en el periodo de la educación secundaria- un alumno cuyos padres por fortuna viven conocedores de las bondades de la desobediencia civil. La distancia que separa a un siervo de un ciudadano es en parte ésta. Algunos crecerán sin saberlo y, en parte, podrán vivir también así porque también sin esto puede vivirse.
La objeción de conciencia es una forma de desobediencia civil. Se basa en el principio fundamental por el cual todo ciudadano puede anteponer los mandatos de su conciencia al imperio de un ley específica, que entiende como ilegítima, y actuar en consecuencia. En la medida en que se objeta a una ley específica y no a la ley en general, el objetor debe verse en la obligación de aceptar las cargas que se imponen a todo aquel que desobedece la ley. En este caso, los padres de los alumnos que no cursen una asignatura obligatoria, deben saber que sus hijos no obtendrán el título que acredita su formación. Pues bien, este es el tipo de cosas que no aprenderá -al menos en el periodo de la educación secundaria- un alumno cuyos padres por fortuna viven conocedores de las bondades de la desobediencia civil. La distancia que separa a un siervo de un ciudadano es en parte ésta. Algunos crecerán sin saberlo y, en parte, podrán vivir también así porque también sin esto puede vivirse.
3 comentarios:
Yo iría aún más lejos. Propondría dos alternativas a las opciones (a) y (b). Estas opciones serían:
(д) Cursar el temario íntegro en ruso o elaborar un trabajo por trimestre en dicha lengua con contenidos del temario de la asignatura y sin que ello implique la asistencia a la misma.
(د) Cursar el temario íntegro en árabe o elaborar un trabajo por trimestre en dicha lengua con contenidos del temario de la asignatura y sin que ello implique la asistencia a la misma.
Propongo estas dos alternativas por ser lenguas habladas por un gran número de países vecinos o por grandes grupos de población venidos a nuestras tierras. Descarto otras opciones (polaco, rumano, portugués, francés...) por ser verdaderamente enriquecedora la experiencia de aprender un nuevo alfabeto a tan corta edad.
A quien pudiera considerar descabelladas ambas propuestas debo recordarle que el número de profesores capacitados para impartir esta asignatura en ruso o árabe debe de ser muy similar al número de profesores capacitados para impartirla en inglés.
Además, ya que gracias a nuestro ejemplar sistema educativo los alumnos de todas las edades dominan a la perfección la lengua inglesa, impartir esta asignatura en inglés sería negar a nuestros jóvenes alumnos la posibilidad de aprender una segunda (si no tercera) lengua extranjera.
Por último, me gustaría plantear a las autoridades ¿competentes? la posibilidad de extender la opción (b) [y, por extensión, las segundas opciones de las alternativas (д) y (د)] al resto de materias. ¿Por qué limitarlo a Educación para la ciudadanía? Si se pueden rechazar los contenidos de esta asignatura, habrá padres que deseen extender su rechazo a asignaturas como Matemáticas, Biología, Educación Física, Historia del Arte... La opción más cómoda sería que cada familia, en la intimidad de su hogar, decidiera libremente, de acuerdo a sus principios morales y religiosos, cuáles deben ser los contenidos idóneos a cada asignatura. Al fin y al cabo, cada padre tiene derecho a elegir qué materias deben formar parte de la enseñanza de su hijo sin que ello implique la no obtención de una titulación académica.
Atentamente,
Un objetor de inconsciencia
Lo peor que tienen los socialistas, y me duele en el alma decirlo, es que están impregnados de la manía pedagógica. Puestos a ponerle nombres al aire, esta gente (los pedagogos) ha inventado dos conceptos que son el veneno que terminará matando la educación más temprano que tarde: el aprendizaje significativo y el aprendizaje funcional.
El primero habla sobre entender los significados completos de los conceptos que se van adquiriendo. Llámame carca, pero esto es un atraso. Está bien que te puedes parar a explicar (sin entrar en detalles, claro) que la suma es añadir unos objetos a otros... un momento, ¿qué es eso de objetos? Estamos hablando de números, ¿no? Bueno, paremos a explicar el concepto de número a chiquitos de 5 o 6 años antes de enseñarles a sumar. A Dedekind le costó sus peleas (y reconciliaciones) con Cantor explicarse a sí mismo este concepto allá por finales del XIX, así que no sé qué se tardará en explicarlo en una clase de 30 niños. No, mire usted, se asume qué es un número sin entrar a explicar ni entender qué es, y se suma, se resta y se ejercita la memoria (sí, la memoria) para aprender las tablas de multiplicar.
Si el primer concepto es peligroso, el segundo, el aprendizaje funcional lo es aún más. Dice, en pocas palabras, que lo que se aprenda tiene que responder satisfactoriamente a la pregunta "¿esto para qué vale?" El asco que me produce esta pregunta es infinito y no sólo por ser una sentiencia de muerte inmediata a las asignaturas que no sean "manejo del destornillador" o "el encendido y apagado de aparatos que valen para algo".
De este aprendizaje funcional, entre otras cosas, surge la famosa educación para la ciudadanía como intento de herramienta (volvemos a los destornilladores) inmediata para "ser un ciudadano crítico, con capacidad de análisis, interpretación correcta de la realidad, etc." que suena demasiado a lo de pan para hoy y hambre para mañana pues, ¿cuánto tiempo se tardará por sustituir la filosofía del bachillerato por esta asignatura que puede alejarse tanto como quiera de la primera? ¿Cuánto hasta que las materias de historia, historia del arte e incluso literatura desaparezcan en favor de otras más "útiles" y con nombres más cool? ¿Y cuánto hasta que una generación que haya crecido sin filosofía, sin historia y sin literatura sean ellos los profesores?
Me alegra que esta cuestión de "pequeña política" sirva para la formulación de comentarios tan ricos.
Respecto a lo que apunta Torsimany, sí, todo esto tiene aires de infinito y, si puede extenderse hasta tan alto rango, ¿por qué detenerlo? Yo también, como nuestro ínclito Fontdemor, Conseller de la pradera, sueño con un mundo en el que para matricularse de cada asignatura alumnos y padres debiesen rellenar una tabla especificando, para cada contenido del currículum, tanto el índice de tolerancia al mismo (tolero, consiento, objeto, celebro, etc.) como el idioma preferente, y así poder estudiar tolerantemente las contribuciones de Poincaré en francés o eludir objetoramente la pintura del Quattrocento.
Como defensor a ultranza del esfuerzo inútil y de la profusión de fuerza no productiva -y este blog es un ejemplo de ello-, yo también atacaría a la noción de aprendizaje funcional. Y la atacaría precisamente por cuanto la cerrazón en la funcionalidad es de lo menos funcional que existe. La adecuación completa al contexto de cualquier forma de pensamiento consigue, como mucho, algunos resultados hermenéuticos que a la postre sólo son aplicables en el espacio en función del cual se producen y, si una cualidad tienen los espacios conceptuales del mundo contemporáneo, es que son tremendamente efímeros. Es una cuestión amplia. Supongo que cualquier otro día le podría dedicar un post.
En todo caso, gracias por vuestras aportaciones.
Un saludo
Publicar un comentario