lunes, 10 de noviembre de 2008

Me enamoré de una cicatriz,


El 23 de junio de 1962 Bert Stern realizó una sesión fotográfica maratoniana con Marilyn Monroe de la que obtuvo más de 2.500 tomas de la actriz. Gran parte fueron censuradas por la propia revista que encargó el trabajo y, más tarde, fueron adjudicadas en subasta privada. Esto lo sabemos ahora que Stern ha hecho públicas centenares de estas tomas en un libro titulado Marilyn Monroe. The last sitting, editado en España bajo el título Marilyn Monroe. La última sesión (Electa, 2007)

Esta manera de hacer público algo en su día censurado y privado me sugiere que Stern está saldando alguna cuenta pendiente con su trabajo fotográfico sobre Marilyn Monroe, sugerencia que yo he entendido como una especie de redención fotográfica, trabajo de revelar una imagen de la actriz que se mantuvo oculta -trabajo eminentemente fotográfico dicho sea de paso- tal vez por haber desarrollado alguna exigencia en su modo de fotografiar a Marilyn que con el tiempo se convirtió en remordimiento. Stern nos cuenta sus impresiones:

«Marilyn no se dejaba inmovilizar. Era inútil esperar una imagen de ella (...) Marilyn era un fantasma. Si se inmoviliza, aunque sólo sea un instante, su belleza se desvanecerá. Fotografiarla es como fotografiar la propia luz.

Toda nuestra atención se concentra en las tomas. Bebemos champán. Es difícil, muy difícil, porque ella no está quieta ni un momento. Mariposea. Es un fuego fatuo, tan inasible como el pensamiento, tan vivo como la luz que acaricia su cuerpo. Es una ilusión.»

Creo que las declaraciones de Stern son acertadas, sobre todo porque soy capaz de leer en sus palabras lo mismo que en sus fotografías, esto es, su experiencia de verse rendido ante una imagen, algo que asumo como su capacidad para hacer de una persona un icono, lo que se modula en su exigencia fotográfica de retratar a un icono (cinematográfico), que en aquel momento se tradujo en su exigencia de retratar a una Marilyn inquieta, ilusoria, luminosa y dinámica, predicados cinematográficos que, dicho sea de paso, a aquella Marilyn en su apogeo final no le costó mucho satisfacer. Era "una ilusión"; era el cine fotografiado en las formas de posar aquella mujer ante la cámara de Stern.

Una de las tomas muestra a una bellísima Marilyn posando de frente y desnuda, sujetando unos tules vaporosos sobre sus senos (vaporosos también) para ocultarlos a nuestra vista, previamente excitada por una luz blanca y cegadora y, yo diría, celestial. Casi una eternidad más abajo, exactamente lo que tarda uno en abandonar esa sugerente imagen de las telas, eternidad pintada de rosa por el propio Stern, nuestra mirada tropieza con una gruesa cicatriz en el abdomen de la musa, resultado de una reciente operación de extracción de la vesícula biliar. Y uno siente, mirando esa magnífica toma, que aquel cordón de carne cosida es la humanidad, o mejor, una manera de compartir la condición humana. También una manera de recuperar Marilyn esa condición, lo que entiendo como el aspecto pasivo de la redención fotográfica de Stern, es decir, nuestra tarea de redimir al mito en el modo de permitir el deslizamiento de nuestra perspectiva -como espectador, claro- desde el morbo del asesinato iconográfico a la paz en nuestro alivio quirúrgico. Aspecto que se completa con el aspecto activo de la redención, la manera de incorporar (dar un cuerpo) la cicatriz en la fotografía como mostrando la textura de un personaje que Marilyn no tenía que interpretar ante la cámara; faceta de la actriz nunca vista cuando era, ella, el cine ante la cámara, a saber, lo que Norma Jean era en Marilyn Monroe, lo humano mismo del celuloide, o mejor, lo humano mismo obrando arte.


3 comentarios:

Dolores Garibay dijo...

¡Oh, sí!

Uno se siente privilegiado cundo descubre que esas mujeres no son diosas en realidad, sino simples humanas... como nosostros...

Algo similar me pasó con Monica Bellucci cuando descubrí cirtas imperfecciones en su anatomía en alguna foto donde aparecía con muy poca ropa...

Besos chilangos

Jan Kowalski dijo...

Hay que tener cuidado, Dolores, con ese privilegio que sientes ante la idea de hacer caer dioses del cielo cuando en realidad los pusimos nosotros allí. Compartir la humanidad es, entre otras cosas, compartir nuestras imperfecciones (y en eso consiste el "alivio quirúrgico")pero no remediarlas con "asesinatos iconográficos".

Gracias por tus palabras, de todos modos. Me encantan tus "besos chilangos", sobre todo por lo que "chilangos" me hace sentir (mi lectura de palabras desconocidas como las grietas que permiten mis perversiones; o espacio eufemístico para mis perversiones), sea lo que sea.

Un fuerte abrazo

Dolores Garibay dijo...

jajaja, mi querido Jan Kowalski, lo de besos chilangos es porque yo soy chilanga y a mucha honra.

Para que me entiendas, soy oriunda de la Ciudad de México.

Tengo un post al respecto:

http://doloresgaribay.blogspot.com/2008/04/besos-chilangos.html

Besos muy chilangos