domingo, 30 de noviembre de 2008

Por una lectura callejera,

"¿De qué está privada la vida privada? Simplemente de vida, cruelmente ausente."
Guy Debord, Perspectivas de modificación de la vida cotidiana

Bouquiner. Hay en francés un verbo cuyo uso sirve, también, para designar la acción de salir a leer a los cafés, a los parques, a los bancos de las plazas. El lenguaje tiene preparada esa voz para alojar un cierto deseo de habitar el espacio, un deseo de llevar a lo público la costumbre, generalmente íntima, de la lectura. El deseo de habitar el espacio público como lector me recuerda aquel fragmento del Libro de los pasajes en el que Benjamin hacía aparecer la calle como el hogar de la multitud: los cafés son sus cocinas y sus comedores, los quioscos sus bibliotecas, los bancos sus sofás, sus sillones, sus camas. Lo que para mí se pone en marcha tanto en la imagen de Benjamin como en la sorpresa por la existencia de este verbo es la pregunta por la posibilidad aún de una vida privada no privada. No privada, en concreto, de vida, de vida con los otros.
Al espacio público muerto, marcado por la tendencia del espacio dado al movimiento, se le viene a añadir aquí la resistencia ofrecida por un espacio retomado para el ritual de la lectura, con el trasfondo de estancia que éste supone. Como estrategia de reocupación, la lectura callejera puede ser vista como un primer dispositivo, como una primera tentativa por la cual hacer sucumbir simultáneamente la privación que subyace al imperio de la intimidad y la atrofia del espacio sin cualidades de la ciudad-para-el-tráfico. Dispositivo, por cuanto en la reocupación del espacio público a través del gesto del lector se hace necesario cierto saber de la ciudad, cierta habilidad para encontrar el lugar, pero también cierto tipo de acción que convierta al espacio en el lugar apropiado para acoger la lectura. Primer dispositivo, porque no nos es dado olvidar que la figura del lector sigue perteneciendo preeminentemente a la esfera de la individualidad solitaria. Tal vez -y en este "tal vez" quiero ver la dirección del poner a prueba-, la lectura callejera pueda servir como forma de llamar a las puertas del hogar público. Las historias que sucedan de puertas adentro dependerán de cuántas y cuáles otras interrupciones nos quepa imaginar con los otros, para dejar de sufrir el espacio público como espacio reservado al mero tránsito.


miércoles, 26 de noviembre de 2008

Tu es le flâneur,

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Culminado ya el tiempo de votación del concurso "Flâneurs en la blogosfera" y con el 100% de los votos escrutados, estos son los resultados definitivos.

Lista de emplazamientos según el orden de votos:

1. Pasaje de la Cultura, Santiago de Chile
2. Callejón del Beso, Guanajuato
3. Calle del Cornudo Oviedo, Santiago de Chile

Lista de flâneurs:

1. Sinclair
2. Dolores Garibay
3. Letras sobre Santiago

Ha sido todo un placer contar con la presencia y el empeño de todos los flâneurs aspirantes, y todo un orgullo hacer valer el espacio de este blog como zona de encuentro para todos los caminantes compulsivos de las ciudades del mundo. En breve contactaremos con el flâneur ganador -la flâneur, en este caso- para hacerle entrega de su galardón recién salido de imprenta.
Con esto, se da por concluido el concurso "Flâneurs en la blogosfera".

Que las calles os sean propicias.


jueves, 20 de noviembre de 2008

Una perversión me paraliza,


En El día que hablamos de James Thurber cuenta Bukowski que durante un tiempo se alojó en la morada de un gran poeta francés, del inmortal poeta francés con sus 25 centímetros de grandeza flácida, pero dispuesta, entre las piernas... Por aquel entonces su talento se atascaba en sus formas de verse arruinado ante el papel en blanco y en sus forzados paseos por Venice beach, forma eufemística de largarse del apartamento sin poder contemplar cómo el poeta ponía a trabajar aquel chisme monstruoso, en orgías silenciosas y discretas, con los chicos y chicas que venían -sobre todo chicos- a su pulcro hogar, atraídos por el descomunal genio del francés y también por sus poemas. Estaba dotado del genio y sabía cómo colocar una palabra tras otra y Bukowski sólo podía esforzarse por no derramar sus vómitos matutinos en el límpido suelo del baño, extensión del límpido suelo de su casa y, tal vez, de su límpida y detestable mente de poeta inmortal. Cuenta, también, que un día, en su ausencia, acudieron dos jóvenes a su puerta y se encontraron con el genio, literario o no (¿cuál era el del poeta?), de Bukowski:

«-¿André?- preguntó la chica
-No. Soy Hank. Charles. Bukowski
-¿Bromeas, verdad André?- preguntó la chica
-Sí. Soy una broma- contesté
Llovía un poco allí fuera. Ellos seguían bajo la lluvia
-Bueno, en fin, entrad, que llueve.
-¡Tú eres André! -dijo la zorra-. Te reconozco, esa cara de anciano...¡como de doscientos años!
-Bueno, bueno -dije-. Adelante. Soy André.»

Charles Bukowski. El día que hablamos de James Thurber, en Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones

Podría, como hice en mis primeras lecturas, continuar un poco más y abandonarme a la orgía salvaje e incómoda que sucede al texto. Pero estoy clavado aquí, tal vez por mi disposición a aceptar, sin remordimientos, que la broma de Bukowski se desvanece en la perversión de la chica (que me perdone Hank: la zorra). Porque estoy dispuesto a leer que esa actitud en esas cursivas es su manera de ocultar, tras la veneración literaria, sus ganas de follarse a o ser follada por (que me perdone André: cuidarse de o ser cuidada por) un poeta; acto que se presenta aquí como imagen metafórica de esperar algo a cambio de encumbrar una literatura, como si esperase que su veneración literaria se viera recompensada con aquel talento de 25 centímetros sin erección. Así entiendo ese modo de conocer o leer la literatura en su difracción de reconocer o interpretar a su autor de modo tan fuertemente dislocado y, por tanto, doloroso y, por continuado, obstinado y, por erróneo pero placentero, fundamentalmente perverso. Podría tantear una manera de seguir pero no puedo, ahora. Me quedo, pues, en esas cursivas, a la espera de encontrar mi manera de continuar leyendo. Aún no se lo he dicho a las "feísimas gaviotas"...


martes, 18 de noviembre de 2008

Chichones,


Hace algunos días, cenando con unos amigos:

-¿Dónde está el sacacorchos?
-El sacacorchos, sí, está... en fin, ya sabes... todas las casas son más o menos iguales.

Georges Perec concluye el prólogo de Especies de espacios con una frase que viene muy al caso. Dice: "Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse". Y, aunque el problema del sacacorchos sea trivial, parece que de algún modo nos recuerda que todo está dispuesto ya para que el tránsito entre los espacios sea de tal modo que uno no se vaya a llevar la sorpresa de un chichón: todas las casas son la misma casa, todos los sacacorchos el mismo sacacorchos, situado en un espacio funcional ordenado para que la vida no nos parta la cabeza.
Es difícil obviar el hecho de que la frase de Perec toma la perspectiva del niño. Son ellos quienes se hallan inminentemente expuestos al chichón precisamente porque no esperan habitar un espacio funcional ordenado, precisamente porque cada elemento está pendiente de adquirir un valor y en la voloración no computa en primer lugar el riesgo. El niño no anda buscando el sacacorchos sino lo que pueda haber en el cajón de arriba, que pasa por ser, además, el cajón de más difícil acceso. Desde nuestra perspectiva parece que lo que anda buscando es precisamente el golpe.
Nosotros, los temerosos, vamos "haciendo lo posible" para no golpearnos, aunque esto signifique vivir en un nicho. Limitamos el movimiento al mínimo necesario, al mínimo exigido por las cualidades predefinidas de un espacio calcificado y, a cambio, obtenemos rápidamente la recompensa: ¿el sacacorchos?, claro, está donde siempre, todas las casas son, en definitiva, más o menos la misma casa.


martes, 11 de noviembre de 2008

Se busca flâneur,

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El plazo está cumplido. Ha llegado el momento, dos meses después de la presentación del concurso "Flâneurs en la blogosfera", de poner a prueba las candidaturas de los flâneurs aspirantes. Durante los próximos quince días -hasta el 25 de noviembre del presente año- en el margen derecho de este blog competirán los nombres de treinta y cuatro calles, callejones, caminos, pasajes y plazas con sus respectivas tonalidades y leyendas.

Por las cualidades cómico-poéticas de su nombre o por la leyenda que las acompaña, entran a concurso:

Callejón del Agua, Sevilla
Callejón del Aguacate y la leyenda de la monja aparecida, Ciudad de México
Callejón de la Amargura, Ciudad de México
Callejón del Beso y la leyenda de la amante ahorcada, Guanajuato
Calle-Se (Calle C)
Calle Cabeza del rey don Pedro y la leyenda del duelo de Pedro I el cruel, Sevilla
Calle Caliente, Ibagué
Calle del Caballito balancín [Rocking Horse Road], Christchurch
Calle de los Cambios, Valencia
Calle del Cartucho, Bogotá
Camino de la Casa del Ruido, Elx
Calle del Cornudo Oviedo y la leyenda del cornudo y su hermosa mujer, Santiago de Chile
Calle Corral del acabose, Sevilla
Pasaje de la Cultura, guarida de bandidos, Santiago de Chile
Calle Donde besé a Mimi, Bucarest
Plaza de la Duda [Plaça del Dubte], Barcelona
Calle Esclava del Señor, Sevilla
Calle de la Escopeta, Cali
Calle del Hombre de piedra, Sevilla
Carretera del León, Elx
Calle Nana de espinas, Sevilla
Calle del Niño perdido, Sevilla
Calle Noche de verano, Sevilla
Calle del Pecado mortal, Bogotá
Calle de la Perdiz y la leyenda de la Perdiz flâneur del barrio del Carmen, Valencia
Calle Pito, Málaga
Barrio de la Puñalá, Elx
Calle Quejío, Sevilla
Barrio de la Rata, Elx
Calle Relampaguito, Sevilla
Carrera Séptima, Bogotá
Calle de la Sirena [Mermaid Place], Christchurch
Calle de Tatavasco y la leyende de la mujer con rostro de perro, Ciudad de México
Callejón del Trancazo, Ciudad de México

El ansiado paseo con las damas y la fotografía-no-dedicada de Baudelaire aguardan al final de la calle al flâneur ganador. Que la blogosfera reparta suerte.


lunes, 10 de noviembre de 2008

Me enamoré de una cicatriz,


El 23 de junio de 1962 Bert Stern realizó una sesión fotográfica maratoniana con Marilyn Monroe de la que obtuvo más de 2.500 tomas de la actriz. Gran parte fueron censuradas por la propia revista que encargó el trabajo y, más tarde, fueron adjudicadas en subasta privada. Esto lo sabemos ahora que Stern ha hecho públicas centenares de estas tomas en un libro titulado Marilyn Monroe. The last sitting, editado en España bajo el título Marilyn Monroe. La última sesión (Electa, 2007)

Esta manera de hacer público algo en su día censurado y privado me sugiere que Stern está saldando alguna cuenta pendiente con su trabajo fotográfico sobre Marilyn Monroe, sugerencia que yo he entendido como una especie de redención fotográfica, trabajo de revelar una imagen de la actriz que se mantuvo oculta -trabajo eminentemente fotográfico dicho sea de paso- tal vez por haber desarrollado alguna exigencia en su modo de fotografiar a Marilyn que con el tiempo se convirtió en remordimiento. Stern nos cuenta sus impresiones:

«Marilyn no se dejaba inmovilizar. Era inútil esperar una imagen de ella (...) Marilyn era un fantasma. Si se inmoviliza, aunque sólo sea un instante, su belleza se desvanecerá. Fotografiarla es como fotografiar la propia luz.

Toda nuestra atención se concentra en las tomas. Bebemos champán. Es difícil, muy difícil, porque ella no está quieta ni un momento. Mariposea. Es un fuego fatuo, tan inasible como el pensamiento, tan vivo como la luz que acaricia su cuerpo. Es una ilusión.»

Creo que las declaraciones de Stern son acertadas, sobre todo porque soy capaz de leer en sus palabras lo mismo que en sus fotografías, esto es, su experiencia de verse rendido ante una imagen, algo que asumo como su capacidad para hacer de una persona un icono, lo que se modula en su exigencia fotográfica de retratar a un icono (cinematográfico), que en aquel momento se tradujo en su exigencia de retratar a una Marilyn inquieta, ilusoria, luminosa y dinámica, predicados cinematográficos que, dicho sea de paso, a aquella Marilyn en su apogeo final no le costó mucho satisfacer. Era "una ilusión"; era el cine fotografiado en las formas de posar aquella mujer ante la cámara de Stern.

Una de las tomas muestra a una bellísima Marilyn posando de frente y desnuda, sujetando unos tules vaporosos sobre sus senos (vaporosos también) para ocultarlos a nuestra vista, previamente excitada por una luz blanca y cegadora y, yo diría, celestial. Casi una eternidad más abajo, exactamente lo que tarda uno en abandonar esa sugerente imagen de las telas, eternidad pintada de rosa por el propio Stern, nuestra mirada tropieza con una gruesa cicatriz en el abdomen de la musa, resultado de una reciente operación de extracción de la vesícula biliar. Y uno siente, mirando esa magnífica toma, que aquel cordón de carne cosida es la humanidad, o mejor, una manera de compartir la condición humana. También una manera de recuperar Marilyn esa condición, lo que entiendo como el aspecto pasivo de la redención fotográfica de Stern, es decir, nuestra tarea de redimir al mito en el modo de permitir el deslizamiento de nuestra perspectiva -como espectador, claro- desde el morbo del asesinato iconográfico a la paz en nuestro alivio quirúrgico. Aspecto que se completa con el aspecto activo de la redención, la manera de incorporar (dar un cuerpo) la cicatriz en la fotografía como mostrando la textura de un personaje que Marilyn no tenía que interpretar ante la cámara; faceta de la actriz nunca vista cuando era, ella, el cine ante la cámara, a saber, lo que Norma Jean era en Marilyn Monroe, lo humano mismo del celuloide, o mejor, lo humano mismo obrando arte.


domingo, 9 de noviembre de 2008

Canallas ejemplares, Lacenaire


Pierre François Lacenaire: (Francheville, Rhône, 20 de diciembre de 1800 - París, 9 de enero de 1836), poeta romántico, orador, articulista, estafador, asesino e insigne inaugurador de la metafísica del crimen -en palabras de la prensa de la época.

Pocos asesinos han dejado una estela tan amplia en el mundo de las letras, especialmente entre aquellos enfants terribles que pretendieron una escritura firmemente asida a lo salvaje en la palabra. Su amplia influencia en Lautréamont, su aparición en la Antología del humor negro de André Breton o la recurrente cita por parte de Guy Debord de la frase de Lacenaire en la película de Marcel Carné -"Hace falta todo tipo de gente para construir un mundo... o para destruirlo"-, muestra hasta qué punto la estetización del crimen, como deriva cultural encabezada por Lacenaire, llega a formar parte de la cultura de la vanguardia literaria desde el final del siglo XIX.

La incidencia de unas sintomáticas nupcias entre el crimen y la literatura no es sólo una lectura retrospectiva. La prensa de la época comienza a insinuar la posibilidad de que una misma raíz maligna estuviese nutriendo al satanismo romántico y al crimen estetizado:

"Es cierto que la literatura frenética, en nuestros días, ha llegado lejos en el desenfreno de las concepciones satánicas, pero no ha ido más allá del tipo infernal juzgado estos días en los tribunales del Sena. ¿Se dirá que ha nacido un solo monstruo de la influencia de las letras de nuestra época? ¿O bien estas letras no han sido más que la monografía de una raza inmunda que ha brotado de repente en el álito de los funestos días que estamos viviendo?"

Diario de Rouen y del departamento de Seine-Inférieure, domingo 15 de noviembre de 1835. "Audiencia de Calvados. Lacenaire y Rivière", en Michel Foucault, Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano...

Pero este viraje del mundo del crimen, por el cual se sitúa en los aledaños del arte -el libro de Thomas de Quincey, El asesinato considerado como una de las Bellas artes es sólo trece años posterior al ajusticiamiento de Lacenaire-, puede ser leído como correlato de un cambio mayor: por primera vez en la historia, el crimen está asumiendo en esta época formas burguesas de existencia, y lo novelesco del héroe no es sino uno de sus episodios. La imagen del crimen desde ahora ya no será la del pillaje, la sedición o el vandalismo, sino la del negocio.
En la crónica de los sucesos del caso Lacenaire, tal y como se expone en el extracto del tercer volumen de Causas célebres que presentamos al final de éste artículo, aquello que destaca si se deja a un lado toda la parafernalia lingüística sobre la naturaleza torcida del criminal o sobre la exigencia insatisfecha de la culpa y el arrepentimiento, es la continua consideración de la fría lógica del crímen como agravante. Los asesinatos de Lacenaire se ejecutan conforme a un plan y siguiendo una escrupulosa visión mercantil por la cual las muertes no son sino costes asumidos -y asumidos sin ninguna carga de valor- para la consecución de fines socialmente promovidos. En palabras de Foucault, con Lacenaire, "la burguesía se proporciona sus propios héroes criminales" -Microfísica del poder, "Entrevista sobre la prisión: el libro y su método". Y algo debió conmoverse en los corazones de la burguesía francesa cuando supieron que uno de sus muchachos había llevado los principios de su forma de gestionar el tiempo de vida hasta una nueva esfera: la de la jungla de los bajos fondos. Entre Lacenaire y Robinson Crusoe, en fin, tal vez sólo la vergüenza del buen cristiano.




lunes, 3 de noviembre de 2008

Máquinas de leer vivas,


En su investigación sobre el lenguaje en las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein ha llegado a un particular uso de "saber" (§148) cuya gramática está emparentada con "entender" (también "comprender") y "ser capaz de" (§150); gramática que muestra una línea de parentesco ajena a "conocer", significado habitual de "saber" en los usos de la filosofía moderna. Una manera de esclarecer este nuevo parentesco conduce a un examen de la palabra "leer" (§155-ss.). Y en un momento del mismo Wittgenstein dice:

«Pero en el caso de la máquina de leer viva, "leer" quería decir: reaccionar a signos escritos de tal y cual modo. Este concepto era por tanto enteramente independiente del de un mecanismo mental o de otro género.»

Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, §157

Wittgenstein está haciendo referencia a un tipo peculiar de función de la palabra leer (funcionar como "máquina de leer") que utiliza como imagen para analizar nuestros modos de utilizar los criterios de certeza en este saber. Pero lo que aquí llama la atención es la manera como asumimos nuestra imagen funcionando como máquinas. Y lo que aquí es interesante es la manera de ser benévolos con esa imagen en nuestras maneras de buscar la perfección en algún mecanismo -mental o de otro género-, o en nuestras maneras de evitar la imperfección utilizando un juego de lenguaje particular de la palabra "máquina" que prescinde de su comportamiento efectivo; olvido "de la posibilidad de que sus piezas se tuerzan, rompan, fundan, etc." (§193); omisión de nuestra torpeza al leer cuando filosofamos,

«¿Cuándo se piensa, pues: la máquina tiene ya en sí sus movimientos posibles de algún modo misterioso? - Bien, cuando se filosofa. ¿Y qué nos induce a pensar eso? El modo en que hablamos de máquinas.»

Ibid. §194

Somos, al filosofar, como hombres primitivos aprendiendo a leer en otra lengua que la nuestra (sea cual sea nuestra lengua al filosofar), máquinas primitivas de leer, adiestrados en la lectura de signos a los cuales reaccionamos torpemente. Máquinas sin referencia a mecanismos, que es lo que yo he aprendido a entender como una acepción de "máquina viva" y lo que B.J. Turner aprendió a entender como acepción de "máquinas sin interruptor" (estoy pensando en el post Follando a máquina). Nos sentimos extraños con los textos en nuestras manos. No sabemos bien qué se puede hacer con los textos de otro en nuestras manos, y entonces, sin más, los leemos como máquinas. Lo que para mí quiere decir, también, que en nuestro proceso de reaccionar a la filosofía (como texto) de otro, leemos sin más, como parte de nuestra respuesta al adiestramiento. Nuestra torpeza se puede mostrar, por ejemplo, en nuestras formas de arreglar el texto en un alfabeto ad hoc que podamos leer, pero sobre todo, y ante todo, en nuestra manera de estar orgullosos de esa lectura y defenderla como obra filosófica, lo que acaba por convertirse en un tipo particular de filosofía como defensa de la torpeza.


domingo, 2 de noviembre de 2008

De su puño y letra,


En un mundo en el que las escritura manual ha alcanzado sus mínimos históricos, sorprende aún encontrar una expresión que, como ésta, cifre la autenticidad de las palabras en el hecho de haber sido empuñadas. Escribir-por-uno-mismo es entonces, según la imagen que proyecta la expresión, una suerte de lucha -aquí está implicado un puño, y no ya una mano que pinza el instrumento de escritura- en la que la resistencia de las palabras queda vencida. En ese vencimiento, quien empuña la letra debe poder reconocerse a sí mismo como artífice, al menos, del combate con el lenguaje.
La evocación de la fuerza en el puño lleva así el significado de la expresión a un espacio diferente al de la distinción entre una escritura manual y una escritura mecánica. Plantea la posibilidad de que una escritura auténtica sea aquella que se libra de la hipertrofia de la mano que escribe: una escritura anterior a toda la formación gestual que la escritura implica, una escritura como aquella de los niños, que hace rechinar las puntas de los rotuladores, una escritura, en fin, que parta lápices por la mitad y desgarre el papel que debía soportarla.
En la búsqueda de este grado salvaje de la escritura, uno se encuentra con todos aquellos que cultivaron primero sus puños en las mandíbulas y las cejas partidas o empuñaron el cuchillo antes que la letra. Forman el extraño club de los escritores pendencieros. Son los canallas ejemplares.