domingo, 17 de junio de 2007

La ciudad 1. Ciudad esférica


Cada figura de lo humano extiende sus efectos hasta consumirse, bien porque lo que le es exterior termina con ella, bien porque lo exterior desaparece. Para toda figura siempre hay un "lo otro" al acecho o un "lo otro" sobre lo que desbordar.

Entre las figuras que recorren la vida de los hombres la ciudad tiene un lugar central. En su caso, el desborde, la auto-superación, es un fenómeno que lleva décadas anunciándose. Ese espacio que llegó a convertirse en nuestro espacio, ese espacio que nos era propio como seres que hacían suyas libertades, como seres que se hacían interviniendo en las formas de lo cotidiano, está cada día rebasando su límite, efectividad completa. Simmel, en La metrópolis y la vida mental (1903): "La característica más significativa de la metrópolis es la extensión de sus funciones más allá de sus fronteras físicas. (...) Una ciudad consiste en la totalidad de efectos que se extienden más allá de sus confines inmediatos". En ausencia de confines la efectividad se suspende. Todo queda ya dentro. Ahora bien, "sólo dentro de ellos [de sus confines] es donde se expresa su existencia". Una metrópoli total, esférica, puede existir aún como ciudad.

El drama aparece en la escena de la historia del espacio urbano cuando la expresión queda quebrada. La ciudad fue siempre el lugar para la diversificación de los espacios. En este sentido, Benjamin nos recuerda:

"Sólo en apariencia es uniforme la ciudad. Incluso su nombre suena de distinta forma en sus distintos sectores. (...) Conocerlas supone saber de esas líneas que a lo largo del tendido ferroviario, a través de las casas, dentro de los parques o siguiendo la orilla del río, corren como líneas divisorias; supone conocer tanto esos límites como también los enclaves de los distintos sectores. Como umbral discurre el límite por las calles; una nueva sección comienza como un paso en falso, como si nos encontráramos en un escalón más bajo que antes nos pasó desapercibido".

Walter Benjamin, Libro de los pasajes, C 3,3

Así, para la ciudad, la expresión de su existencia y la generación de umbrales, de espacios diferidos, pasa por ser la misma cosa. Llegado el tiempo del flujo sin interrupción, del movimiento continuo, de la construcción de espacios indiferentes, el umbral ha sido dejado atrás.

La obra de Benjamin a la que nos referimos encuentra quizá tan solo su parangón en Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Sin duda, la dignidad de ambos trabajos se puede calificar según las palabras que Calvino dedica a su propia obra:

"Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades."

Italo Calvino, Las ciudades invisibles


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