lunes, 11 de febrero de 2008

La antorcha,


Cualquier consideración sobre el problemático diálogo entre periodismo y literatura debe detenerse en la figura de Karl Kraus. En un contexto cultural en el que comienza a fraguarse la desconfianza en la capacidad referencial del lenguaje, Kraus desarrolla una crítica implacable al periodismo por cuanto reduce a formulario la riqueza lingüística. Desde la tarima pública que le proporciona su revista, Die Fackel -La antorcha-, y desde la voz difundida en sus lecturas públicas, se desarrolla un escrutinio implacable a la vida cultural de la Viena de principios del siglo XX. Su actividad, que inspira a toda una generación de escritores e intelectuales, supone un acicate para la reflexión sobre la incidencia de los medios de producción seriada en la difusión de las palabras. Podemos leerlo en la descripción de su propio trabajo, que hace de Kraus aquel que "tiene por ocupación advertir de los peligros que suscita el desarrollo de la prensa mercantil de opinión para la cultura común" (Karl Kraus, "Moralidad y criminalidad", Die Fackel, n. 115, 1902)

En el escrito titulado Karl Kraus, Walter Benjamin desarrolla un homenaje al escritor, leído bajo la triple perspectiva del hombre universal, el demonio y el inhumano. Pero es tal vez en las páginas de los textos autobiográficos de Elias Canetti donde puede encontrarse la más vigorosa descripción del lugar que ocupaba Kraus en la escena intelectual de aquella Viena en ebullición. Desde el encuentro en la lectura pública del 17 de abril de 1924, pasando por el endiosamiento de su figura y hasta concluir en el difícil abandono de la prisión que terminó constuityendo, Elias Canetti presenta las múltiples caras de este coloso. Así encontramos a Kraus en la memoria de Canetti:

"Nadie hallaba gracia ante sus ojos. En sus lecturas públicas atacaba todo lo malo y podrido. Editaba una revista que él mismo escribía, solo. (...) Cada palabra, cada sílaba que publicaba en Die Fackel, salía de su propia mano. Todo ocurría allí como ante un tribunal en el que él mismo acusaba y sentenciaba. Defensores no había ni uno: eran superfluos; Kraus era tan justo que no acusaba inmerecidamente a nadie. Jamás se equivocaba: no podía equivocarse. Todo lo que alegaba era rigurosamente exacto; hasta entonces no había existido una escrupulosidad semejante en la literatura."

Elias Canetti, La antorcha al oído


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