El espacio lineal de la página, su pertenencia al orden de los objetos, ha permitido toda una serie de experimentos literarios y de fábulas terroríficas. En la literatura borgiana se multiplican las bibliotecas infinitas, los libros de arena sin principio ni fin ni medio, los signos repartidos en cuerpos de bestias, etc. Pero el temor o el asombro por el hecho de la espacialidad de la escritura aparece también en Georges Perec o en Julio Cortázar.
En Especies de espacios, ese libro de círculos concéntricos en que se transita gradualmente la extensión de la página, la cama, la habitación, el apartamento, el inmueble, la calle, el barrio, la ciudad, el campo, el país, el continente, el mundo y el espacio, encontramos una imagen de multiplicación del espacio escrito:
"El espacio de una hoja de papel (modelo reglamentario internacional, usado en la administración, de venta en todas las papelerías) mide 623,7 cm2. Hay que escribir un poco más de dieciséis páginas para ocupar un metro cuadrado. Si el formato medio de un libro es 21 x 29,7 cm y desollamos todas las obras impresas conservadas en la Biblioteca Nacional y extendemos cuidadosamente sus páginas unas junto a otras, podríamos cubrir enteramente la Isla de Santa Elena o el lago de Trasimeno."
Georges Perec, Especies de espacios
La fábula zoomórfica que presenta Cortázar en Rayuela tiene cualidades semejantes, pero añade el pánico a la multiplicación del espacio, no ya de la página, sino de ese rio oscuro que es el renglón:
"En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo."
Julio Cortázar, Rayuela, 93
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