lunes, 28 de abril de 2008

En el principio,

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En el principio fue la palabra pero justo a continuación empezaron los malentendidos, y uno de los de mayor hondura es el que se refiere a las responsabilidades en los hechos que rodearon al pecado original y la consiguiente caída de la maravillosa situación edénica. Parece que la escena queda interpretada por la tradición en los términos siguientes. A la serpiente le corresponde la tentación, el ser la informadora de la verdad de la situación del jardín, el aclarar a la mujer los términos de aquella prohibición que debía alejar a sus moradores del árbol central del paraíso, so pena de muerte:

"Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis conocedores del bien y del mal."

Génesis, 3,4

Sabemos que la mujer, de natural constitución curiosa, sucumbió a la tentación y no contenta con tomar del fruto del árbol dio también su parte a su compañero. El resultado fatal ya adelantado en la narración (Gn, 3,16-19) sigue siendo evidente en la actualidad: la tierra sigue dando sus frutos sólo a condición del trabajo -manual o mecánico- y la mujer sigue engendrando con dolor -atenuado ocasionalmente por diferentes fármacos. Al hombre en esta historia le queda el rol de la pobre bestia ignorante que se deja arrastrar por la pérfida mente femenina. Muy bien, muy bien, responsabilidades depuradas.
Pero a mí lo que me inquieta es el orden de los acontecimientos en un instante concreto de la narración: el momento de la ingestión del fruto prohibido. Pudo suceder de dos formas: o bien la mujer, conocedora de la información descubierta por la serpiente corrió rauda a avisar a su consorte para disfrutar del festín en su compañía, o bien tomó la fruta del árbol y tras observar los resultados se dirigió inmediatamente a ilustrar a su compañero. Parece que el texto se inclina por esta segunda hipótesis:

"Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió."

Gn, 3,6

Y no discuto que ambos eran iguales en la culpa a ojos de Dios -sabemos, además, que para buscar culpables Dios se las compone sin problema. Recordemos que el saber que proporciona el árbol es un saber sobre el bien y el mal, y recordemos que la mujer, el primer ser vivo en la historia conocedor de tal saber, optó por arrancar al hombre de su estado de inocente embrutecimiento. Es decir, la mujer fue curiosamente culpable por obrar bien, pero no en la medida en que obró rectamente, sino por adquirir una capacidad de discernimiento moral prohibida. Lo que me despierta curiosidad es pensar en qué impresión tuvo la mujer de su pareja una vez que había comido del fruto, y cómo aquello con lo que se encontró, junto con el saber adquirido, resultó en la decisión de conducir al hombre a su mismo estado. Parece que la acción de la historia se detiene para mí una y otra vez en ese instante, en el instante en que una mujer capacitada con un saber de lo moral encuentra a su compañero salvaje -tan salvaje como ella misma había sido hasta hacía apenas un momento- y lo domestica, lo hace humano: ¿qué debió ver?, ¿a qué se parece aquello que vio?, ¿y de qué manera fue ella vista?, ¿y cómo le afectó eso que ella debió ver en los ojos de su compañero?


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